Continuamos siguiendo los pasos de nuestro premio Nobel de Literatura español, Camilo José Cela, en su célebre Viaje a la Alcarria.
Tras pasar por los pueblos de Torija, Masegoso de Tajuña y Cifuentes, el atardecer nos sorprendía llegando a Trillo, donde dormiríamos en el hotel Balneario Carlos III… Pero aún quedaba un rato para dormir.
Haz click para más info y llévate un 5% de descuento.
Trillo
Al llegar a Trillo, Cela escribía lo siguiente:
“Al llegar a Trillo el paisaje es aún más feraz. La vegetación crece al apoyo del agua, y los árboles suben, airosos…”
Y es que en Trillo la naturaleza resplandece al amparo de dos ríos, el Tajo y el Cifuentes. Tan sólo un par de horas antes habíamos estado muy cerca del afluente del Tajo, que nace bajo la sombra del castillo de Cifuentes. Sus aguas fluyen alocadas a lo largo de los 13 km que separan ambas localidades, para llegar completamente salvajes al centro de Trillo.
Pocos pueblos o ciudades de España pueden ofrecerte la posibilidad de caminar a la vera de saltos de agua, mientras recorres las calles de su centro histórico.
Su belleza natural eclipsa a la patrimonial, pero también ésta tiene cabida en Trillo. En el pueblo hay una iglesia renacentista (siglo XVI) y las ruinas del monasterio de Santa María de Óvila, pero el edificio más antiguo es el de la Casa de los Molinos, mencionado por primera vez en unos documentos del siglo XIII.
El monumento más emblemático de Trillo es su puente sobre el Tajo. Se construyó, presumiblemente, en el siglo XVI (puede que fuera en fecha anterior) y fue volado durante la Guerra de la Independencia, como recuerda una inscripción en él. Tras su reconstrucción, lo intentaron destruir, sin éxito, en la Guerra Civil.
Recorrimos todos estos parajes acompañados de una chica muy especial. Niba era una viajera en el tiempo que había conocido el Trillo antiguo. Ataviada con un traje y una cámara de principios de siglo XX, procedió a explicarnos los pormenores del pueblo.
Tras ver cómo Niba se despedía de nosotros (podéis seguirla en Facebook, que ya existía en su época) y se introducía de nuevo en su máquina del tiempo, pusimos rumbo al hotel. El balneario de Carlos III es otro de los atractivos turísticos de Trillo.
Las propiedades de las aguas termales – situadas en un valle que se extiende por la margen izquierda del Tajo dos kilómetros aguas arriba del pueblo – eran ya conocidas por los antiguos romanos. El Balneario se inauguró en 1778 y el busto de Carlos III preside hoy la entrada al mismo.
Cenamos en el restaurane del hotel y nos reímos como niños con el espectáculo nocturno del mago David Navales, un auténtico crack con el que me lo pasé genial.
Había sido un día intenso siguiendo parte de la ruta de Camilo José Cela por la Alcarria, «un hermoso país al que la gente no le da la gana ir«, como él lo definía.
Monasterio de Monsalud (Córcoles)
A la mañana siguiente pusimos rumbo al monasterio de Santa María de Monsalud, un antiguo monasterio cisterciense ubicado en Córcoles.
Un simpático monje nos acompañó en la visita teatralizada que nos sirvió para saber cómo fue la vida allí durante la época medieval. Además, nos enseñó la casa de piedra, situada junto a una antigua iglesia, donde Don Camilo se echó una santa siesta de orinal y pijama durante su periplo por la Alcarria.
Pincha aquí para hacer tu reserva.
Aquel monje nos habló de problemas políticos (los cistercienses eran franceses), costumbres religiosas, temas agrarios e incluso de brujas. Una mañana muy entretenida que continuaríamos en el siguiente pueblo…
Zorita de los Canes
En Zorita de los Canes visitamos dos interesantes monumentos, muy distintos entre sí.
En Recópolis observamos las ruinas de una antigua e importante urbe visigoda fundada por Leovigildo, para su hijo Recaredo, en el año 578. Aunque lo único que queda casi reconocible es una antigua ermita, un tour guiado te puede ayudar a entender los secretos de este asentamiento que más tarde ocuparían los árabes.
El otro atractivo patrimonial es el monumental castillo de Zorita de los Canes.
Situada estratégicamente en lo alto de un pequeño cerro, la fortaleza se empezó a construir a finales del siglo IX por orden del emir cordobés Mohammed I. Unos 300 años después, tras la Reconquista, Alfonso VIII la cedió a los caballeros de la Orden de Calatrava, para que la defendieran.
Algunas de las estancias estaban excavadas en la roca y paseamos por su bonita cuesta empedrada hasta pasar bajo el arco, de claro corte árabe, que daba la entrada a la fortaleza. Las vistas desde lo alto de una de sus torres son preciosas.
A nuestros pies se extendían campos dorados, las aguas del Tajo, las casas bajas del pueblo y, a lo lejos, algunos bosques dispersos.
Reserva tu viaje con las mejores herramientas por orden de prioridad:
Era el momento de poner rumbo a la bella Pastrana, donde finalizaríamos nuestro viaje.