La Chapada Diamantina es una región de sierras situada en el centro del estado brasileño de Bahía. Sus 38.000 kilómetros cuadrados de superficie contienen montañas de roca caliza, bosques, ríos, cascadas, cuevas y una variada fauna que incluye un gran número de especies de aves.
Su nombre se debe a la fiebre de los buscadores de diamantes que llegaron a estas tierras procedentes de todos los rincones del país. Apostados en los cauces de los distintos ríos que atraviesan la Chapada, tenían la esperanza de solucionar sus vidas encontrando un gran diamante. Así nacieron poblaciones como Lençois, la localidad principal de la Chapada Diamantina.
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Llegando a Lençois

Al no haber visto fotos ni leído demasiado sobre el lugar, cuando el autobús de la compañía Rápido Federal me dejó en la parada del pueblo (procedente de Salvador de Bahía), me sorprendí con lo que me encontré.
Lençois es un pueblo pequeño, bonito, agradable y de aspecto colonial. Sus calles empedradas están llenas de agencias de viaje – que venden todo tipo de tours en la Chapada Diamantina -, restaurantes, pequeños comercios y bonitas casas de coloridas puertas y ventanas.
El ambiente es relajado, de una atmósfera hippy, ayudado por la música en directo y los distintos feriantes que se pasean por el pueblo vendiendo sus artesanías.
En Lençois uno no sabe nunca en qué día vive. Siempre es fiesta.
Llegué un domingo por la noche y las terrazas de los restaurantes que ocupan las dos calles principales del pueblo estaban a rebosar. La gente cenaba, bebía caipirinhas y charlaba animadamente, vestidos con sus bermudas, camisetas de manga corta y las omnipresentes havaianas (las chanclas brasileñas que se han expandido a todo el mundo y tantos mochileros usan en los destinos tropicales).
Me sentía un extraño, ataviado con mis pantalones de trekking largos, una camiseta y las zapatillas de senderismo. Además, cargaba con mi mochila de 60 litros.
Alojamiento en Lençois y el descubrimiento de Michael
De esa guisa llegué al hostal que había reservado. El Wanderlust es una casa familiar reconvertida en hostal, con tres o cuatro cuartos para dos personas y un dormitorio con dos literas, además de una apañada cocina al aire libre, dos baños y una pequeña sala que hacía las veces de recepción.
Desde el primer momento me sentí como en casa. En eso tuvo gran culpa Michael, un alemán que ya llevaba cuatro días allí cuando yo llegué e – hipotéticamente – se marchaba al día siguiente.
Hablé un par de minutos con él y me invitó a acompañarle porque se iba a cenar con unos brasileños con los que había hecho un tour. Su portugués era mejor que el mío (lo cual tampoco es muy complicado) y pasamos una noche muy agradable con los cuatros brasileños que me presentó.
Al final, Michael decidió no irse al día siguiente y se quedaría hasta el día que yo me marché.
Las pozas naturales cercanas a Lençois
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Mis días en la Chapada Diamantina fueron bastante tranquilos. Cada vez me ocurre más a menudo. Cuando viajo a un sitio en el que me siento como en casa, no me afano por ver todas las cosas que hay sino que me dedico a vivir el lugar de otra manera más pausada. No como un local, pero casi. Así me ocurrió en Lençois.
Mi primer día, Michael me llevó a las cercanas pozas naturales.
La Chapada Diamantina está surcada por una gran cantidad de ríos (casi todos los de la cuenca del Paraguaçú, el Jacuipe y el Contas), a lo largo de cuyos cursos se forman cascadas – de distintos tamaños y formas – y pozas. Algunas de ellas son de difícil acceso y solo pueden ser visitadas contratando alguno de los muchos tours que ofrecen las distintas agencias de Lençois, pero hay otras que son fáciles de alcanzar.
Salimos del pueblo cruzando el pequeño puente de piedra tendido sobre el río Lençois y giramos a la izquierda. Cinco minutos más tarde, comenzamos a ascender un terreno rocoso, parecido al cauce de un río pero por el que solo bajaban pequeños torrentes de agua.
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Tras unos pocos minutos más de ascenso, esos torrentes comenzaban a formar pozas de distintos tamaños y profundidades. El color de las rocas del fondo hacía que las pozas fueras oscuras y no había manera de saber cuánta profundidad tenían, salvo metiéndose dentro.
Nos descalzamos y nos bañamos en varias de ellas. En algunas, los brasileños se lanzaban de bomba y supimos que eran profundas. Acabé tirándome con ellos.
Es un lugar perfecto para ver el atardecer. Al estar en un puesto elevado y orientado hacia Lençois, pude ver el cambio de colores de las casas del pueblo según iba muriendo el día.
Ribeirão do Meio y la cachoeira do Sossego

Ya se lo decía yo a Michael – más en serio que en broma – : pon un alemán en tu vida. Los viajeros alemanes suelen estar bien preparados y, a pesar del look rockero/hippy de mi amigo, Michael me demostró que el dicho era cierto.
Gracias a sus mapas offline pudimos hacer, sin contratar guías, una excursión preciosa.
Salimos por la mañana hacia Ribeirão do Meio, un lugar perfecto para bañarse y pasarlo bien en la naturaleza, situado a tan solo 3,5 km del centro de Lençois. Encontrarlo no es nada complicado ya que la senda que lleva hasta allí es de las pocas que están señalizadas en todo el Parque Nacional.
En el calor de la mañana no era poca la gente que allí se bañaba y bajaba, deslizando sentada, por la roca lisa en una especie de tobogán natural. Tomamos el sol un ratito, nos remojamos y después emprendimos la ruta hacia la cachoeira (cascada) de Sossego.
Las sendas nos llevaban a través de un bonito valle, alternando tramos entre árboles con otros en los que caminábamos por espacios más abiertos. A la hora y media de camino, la senda se acababa y entramos en el gran cauce de un río por el que apenas bajaba agua. Avanzaríamos otra hora y media saltando de roca en roca, haciendo malabarismos y parando, en algunas ocasiones, a observar y decidir cuál era la mejor ruta a seguir sobre las piedras.

El sol calentaba con mucha fuerza y ya no nos quedaba agua cuando por fin divisamos la cachoeira. Fue una recompensa magnífica.
La cascada caía desde una altura de unos 15 metros, primero deslizándose sobre la roca y después despeñándose en un salto al vacío que concluía en un gran estanque encerrado entre altas paredes de roca caliza. Era un paisaje precioso.
Michael y yo nos metimos en el agua y nadamos hasta situarnos bajo la cascada. La sensación era espectacular. El estruendo era atronador. Salimos del agua y escalamos un poco la roca para sentarnos justo por detrás de la cortina de agua. Allí nos quedamos un rato, disfrutando de ese regalo de la naturaleza y mirándonos solo para sonreir y afirmar con la cabeza, como diciéndonos: «¡Esto es cojonudo, tío!»
Otros dos grupos de turistas habían llegado guiados a Sossego y un par de parejas brasileñas habían optado por la misma opción que nosotros (hacerlo sin guía). En total, seríamos una veintena.
Nos quedamos allí hasta las 3 de la tarde, para evitar que se nos hiciera de noche en la vuelta. El camino de regreso, ayudados por los consejos de uno de los brasileños, fue algo más rápido y fácil ya que el chaval nos descubrió una senda que no habíamos visto a la ida, esquivando gran parte del cansino recorrido por el cauce del río.
Cuando llegamos a Lençois, nos tomamos nuestro merecido sorbete helado de Açaí (una fruta local) con granola y fuimos a cenar algo.
Buceo en cuevas, kayak, bicicleta, excursiones en 4×4, senderismo en lugares profundos del bosque… Había muchas otras cosas que podía hacer en la Chapada Diamantina, pero, simplemente, era feliz con mi vida tranquila.