“Eso no me lo habían pedido nunca” admitió Fernando Cabrerizo, el Director Técnico del Centro Astronómico de Tiedra en Valladolid cuando le formulé mi pregunta. Estábamos en el interior del Planetario, una sala que alberga cómodamente a 35 personas que levantan la mirada a una cúpula de 7 metros de diámetro y en la que se proyecta casi cualquier fenómeno celeste. Mi pregunta, que dejó perplejo a todo el mundo, era bien sencilla, “Si te digo una fecha, ¿me puedes mostrar cómo era el cielo esa noche?”.
Y es que contemplar el cielo, a través de un telescopio o virtualmente, es en realidad un viaje en el tiempo. Las estrellas que contemplamos, con la excepción del Sol, entran siempre en una de estas dos categorías: o están lejos de nosotros o están muy lejos de nosotros. Para cuando su luz llega en forma de punto brillante a la Tierra, en su origen puede no haber nada, pues toda la materia combustible se agotó durante los miles, centenares de miles o millones de años que invirtió en el largo trayecto.
El hombre ha sentido fascinación por las estrellas que le ignoraban desde la altura desde, nunca mejor dicho, la noche de los tiempos. En el Planetario podemos ver, por ejemplo, cómo era el cielo nocturno según los griegos, un pueblo de gran imaginación a juzgar por la manera en que unían los puntos en el cielo hasta formar caballos alados, héroes o dioses.
Y las estrellas a veces se materializan en la Tierra. A la entrada del Planetario, en la tienda del Centro Astronómico, podemos encontrar un guiño del cosmos. Hace cuatro mil años, en el norte de Argentina, en una zona que se llama adecuadamente “El Campo del Cielo”, cayó un meteorito que se desintegró en miles de fragmentos más pequeños al penetrar nuestra atmósfera.
Cuando los conquistadores españoles llegaron a Argentina, observaron que los indígenas conocían el hierro pues las puntas de sus flechas eran de este material. Nuestros antepasados buscaron las minas de las que suponían los nativos extraían el material pero no encontraron ninguna: el hierro lo cogían del suelo, sin necesidad de excavar, de los trozos de meteorito que, literalmente, habían llovido del cielo.
Uno de esos fragmentos de meteorito hizo el camino inverso al de muchos castellanos que fueron a buscar fortuna en el Nuevo Mundo. Fuera de cajas o vitrinas, en el Centro Astronómico podemos coger en nuestra mano – cuidado, pesa varios kilos – una roca que un día llegó a nuestro planeta después de vagar por la inmensidad del Universo.
Pero la mayor atracción del Centro Astronómico de Tiedra es hacer algo que ya pocos profesionales de la astronomía hacen con frecuencia, mirar a las estrellas sin ayuda de ningún aparato conectado al telescopio. Aunque parezca extraño, la mayoría de las observaciones se realizan mediante sensores y cámaras, de mayor precisión que la vista de cualquiera de nosotros, en telescopios que no están preparados para que un humano acerque su ojo.
En el Centro Astronómico de Tiedra cuentan con dos observatorios, ambos accesibles para minusválidos y preparados para albergar grupos reducidos de visitantes, con dos telescopios diferentes. Algunos de los fenómenos que durante 45 minutos hemos descubierto en el planetario, estarán así a sólo unos virtuales centímetros de nosotros.
En Tiedra, las condiciones de baja contaminación lumínica permiten una excelente observación del cielo nocturno. Esa es una frase que podría estar en el folleto de presentación del Centro Astronómico, pero la experiencia de observar las estrellas, para alguien que nunca antes lo había hecho así, es mucho más poética.
Cuando entro en el Observatorio 1, el rojo es el color que predomina. Para que no perdamos nuestra visión nocturna, ese es el color que emana de una franja fluorescente que recorre, iluminando el conjunto levemente, las paredes de la habitación rectangular, alargada, de techo bajo en la que nos encontramos. De repente un ruido mecánico nos pilla por sorpresa y le sucede un movimiento, el techo se desliza lentamente hacia atrás para dejar la mitad de la estancia bajo la bóveda del cielo.
Cuando levanto la cabeza, la noche me saluda con las décimas de segundo de gloria de una estrella fugaz. Tan sorprendido estoy que no atino a pedir un deseo, sólo a sonreír.
Aún fascinado, veo que Fernando se acerca al telescopio principal, un refractor de 175mm de diámetro, y comienza a jugar con la óptica y el enfoque. Momentos después, cuando todo está listo para que el primer visitante se acerque al telescopio, usando un puntero láser de color verde señalará en el cielo los objetos que empezaremos a contemplar durante la siguiente hora.
El punto más brillante en ese momento en el cielo es Júpiter, un gigante gaseoso, y será el primero que observemos. Bandas grises lo atraviesan, son nubes de tamaño colosal, y a respetuosa distancia se ven unos diminutos puntos, sus satélites. Continuamos con otro planeta que no tiene nada sólido, Saturno, y después pasamos a Marte, que no nos parece el planeta rojo, porque nuestros ojos de noche no distinguen los colores.
Nos la perderemos esa noche, pero la Estación Espacial Internacional es uno de los objetos visibles desde el Centro Astronómico, con una intensidad de brillo cambiante en función de por dónde pase, ya sea a 1.500 km rozando al horizonte o a 400 km de distancia por encima de nosotros. Imaginar que en ese punto brillante que surca el espacio, siempre bien cerca de la Tierra, hay seres humanos pone la carne de gallina.
Cuando acabamos la visita al Centro Astronómico de Tiedra y el autobús nos lleva de vuelta al hotel, me pierdo en mis pensamientos y en esa sensación de pequeñez ante el infinito que le asalta a cualquiera que levante su cabeza al cielo. También termino mentalmente la reflexión que comenzó dos horas antes, en el Planetario y que motivó mi petición de que su bóveda reflejara el cielo de una noche de Septiembre de hace cuatro décadas.
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Por mucho que levante la mirada, hay dos cielos que un ser humano jamás podrá ver, el de antes de su nacimiento y el de después de su muerte. Entre uno y otro, al hombre le queda la opción de contemplar decenas de miles de cielos pero sólo quien queda atrás podrá ver el de la última noche de su vida y sólo quien llegó antes que él puede ver el de la primera noche de su existencia.
Y yo te imagino allí, de pie porque el cuerpo no te pedía asiento, con un Ducados humeante en la mano derecha para matar los nervios, pensando en que lo segundo más bonito de tu vida estaba a punto de suceder. Tal vez abrumado por la responsabilidad, probablemente orgulloso, y seguro que con un corazón que no te cabía en el pecho, te acercaste a la ventana y levantaste tu mirada a las estrellas, lo más parecido a la eternidad que el hombre tiene a su alcance.
Hace unos días yo tuve la inesperada fortuna de contemplar virtualmente el mismo cielo que tú viste aquella noche. No estábamos juntos, hace años que eso es imposible, pero las mismas estrellas me devolvieron la mirada. Y ¿sabes? durante unos pocos segundos, separados por décadas, compartimos el mismo emocionante momento.
Centro Astronómico Tiedra
47870 Tiedra
Valladolid
Tlf:(+34)983 038 041
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Hola Alejandra:
Me alegro de que te haya gustado el artículo, yo me emocioné con la visita y eso que soy más de mirar al suelo que al cielo. Por cierto, el último párrafo también es mío.
Un abrazo,
J
Que puedo decir? Simplemente me he emocionado leyendo tu artículo, solo reiste, no llegaste a pedir un deseo… y el último párrafo -que supongo no es tuyo – me ha conmovido especialmente. Ojalá algún día pueda ver esas estrellas en Tiedra.
Un abrazo
Alejandra
Gracias, JR, un placer como siempre viajar contigo. Este fue un momento especial.
Un abrazo,
J
¡Bravo Avistu!
Yo también vi aquel firmamento. Fue un honor compartirlo contigo.
Un abrazo amigo.