
Las mochilas de un mochilero
Hace unos años corría entre los que nos dedicamos a escribir sobre viajes y destinos una frase polémica, insultante de manera velada para la categoría de la que se diferenciaba uno, “Yo no soy turista, soy viajero”.
El halo de superioridad moral de unos, concienciados, respetuosos, tolerantes, comprensivos, servía para levantar su espíritu y su mochila del terreno pisado por ignorantes, egoístas, comodones, exigentes y maleducados con maleta.
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La polémica era, es y será, para mí ridícula. Cuando salimos de casa turistas somos todos y la única distinción está en cómo afrontamos la experiencia en un destino, en cómo nos comportamos, en todos los aspectos, en él.
Azuzada por coincidir con los calores estivales (el momento en que menos noticias hay pero la gente más tiempo tiene para leerlas), en cierta deleznable manera la polémica ha resucitado, ha salido de ese círculo endogámico y en las últimas semanas ha venido acompañada de la mano de las amenazas, el terror y la violencia.
Al ser humano le gusta poner etiquetas, se siente cómodo definiendo con una o varias palabras un fenómeno complejo, intelectualmente exigente y de comprensión limitada para quienes no lo estudian en profundidad. Ya sea el cambio climático, la globalización o, sorpresa, el desplazamiento voluntario de grandes masas de individuos, no relacionados entre sí, hacia destinos que les acogen durante varias horas o días: el turismo.
Y en el diccionario ideológico de algunos violentos, unos cuantos azuzadores y otros tantos buenistas comprensivos se ha introducido una nueva etiqueta, la turismofobia.
De repente, todo lo malo procede del turismo. Barcelona sería un oasis de tranquilidad, prosperidad y sonrisas entre desconocidos si sus calles no las llenaran oleadas de turistas que babean ante la maestría de Gaudí.
Mallorca sería una isla paradisiaca, epítome del dolce far niente, si en sus muelles no atracaran cruceros y superyates y en su aeropuerto no aterrizaran legiones de tipos – y tipas – que desean recrear a la inversa el cambio de pigmentación de Michael Jackson.
En realidad, lo más probable es que sin turismo Barcelona sería Teruel y Mallorca sería la Isla de Ons.
Quienes sostienen lo contrario se refugian bajo paraguas políticos que suplen su falta de ideas y se aferran a esloganes de folleto en campaña electoral. Son los cachorros de ideologías excluyentes y anticapitalistas.
Esos cachorros han enseñado los dientes en el País Vasco, en Cataluña y en Mallorca. Reclaman con violencia verbal y física que los turistas, como si fueran yankis (sic) se vayan a sus casas.

Pintada contra el turismo en Barcelona
El debate entre partidos políticos, empresarios y vecinos sobre qué turismo quiere un destino es deseable y legítimo siempre que sea sincero y sin agendas ocultas ni sectarismos. Las medidas que sus Ayuntamientos tomen serán criticadas o aplaudidas según cómo afecten a cada uno. Incluso podrían ser impugnadas en los tribunales si así fuera el caso.
Pero ese debate no puede ser la excusa para las amenazas y la violencia, especialmente cuando el turismo supone anualmente cerca de 130.000 millones de euros (España ingresa por turismo más que Arabia Saudí por petróleo). Y no hablamos de sueldos de camareros, que parece es el único referente económico existente para los radicales y los que los comprenden.
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Hablamos de las gasolineras que proveen a los vehículos de alquiler, de las empresas que los ofrecen, de las entradas a monumentos, del señor que vende helados, del restaurante que les sirve comidas, del guía turístico que les acompaña en las visitas, del alojamiento en que pernoctan. Ventas, impuestos, en suma, que se reducirían considerablemente sin turistas.
Y, lo que parece importar poco a los ultranacionalistas y ultraizquierdistas, la tragedia de cada puesto de trabajo perdido cuando el 20% de los empleos generados en el último año están relacionados con el turismo.
¿Queremos un turismo mejor y respetuoso? La educación y la cultura son las claves, no los impuestos y las amenazas. Además, los turistas españoles no estamos libres de pecado: también hay vándalos y violentos entre nosotros.
No se trata de amenazar al turismo, se trata de aplicar la ley al que orina en la vía pública, sea de Gerona o de Ginebra. Se trata de detener al que propina puñetazos a otros, sea de Palma o de Palermo.
En el momento en que tú, lector, sales de tu casa y viajas (costumbre sana que debería curar muchas tonterías), eres un turista. Intenta ser respetuoso allá donde vayas, no hagas nada que no te gustaría que hicieran en tu ciudad, piensa que en tu destino también hay gente que puede quejarse de tu comportamiento.
Cuando viajamos, turistas somos todos, porque todos estamos de paso – también por la vida – y eso incluye a los turistas que se creen superiores por ir encapuchados, reventar neumáticos, encender bengalas y aterrorizar a otros turistas que sólo quieren disfrutar de sus vacaciones.
TFW
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Muy interesante y hermosa. Eres un muy buen viajero.
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Estoy bastante alejado del origen de esta turismofobia que ha nacido especialmente este verano. Excluyendo casos de violencia de 3 gatos a los que se les ha dado un altavoz que no merecen, esta sensación a nivel de calle nace de que te encuentres en tu propia ciudad y 1 de cada 20 sean locales, de que grandes empresas compren edificios enteros y los destinen al alquiler vacacional, de que los locales deban buscar otro lugar donde poder pagar un alquiler porque de repente te lo suben a precios imposibles para que te marches, de que las tiendas de siempre se transformen en tiendas de souvenires o paellas mediocres. Y, de repente, te encuentras en un lugar que ya ni siquiera reconoces. ¿Beneficios? Si al menos se repartiera bien todo el dinero que genera el turismo no estaría mal, pero en este sector los sueldos son precarios y el beneficio, tanto airbnb, hoteles y restaurantes, cae en la mano de un puñado de grandes empresas, mayoritariamente sin bandera. El turismo ha pasado a ser una forma más lucrativa de invertir en bolsa y si no actuamos pronto, el día menos pensado centros de ciudades turísticas como el de Barcelona acaban expulsando a sus vecinos como ya ocurrió en Venecia y se convertirá en un decorado sin alma. En este sentido yo sí tengo turismofobia.
toda la razón del mundo avistu. Desde el momento que cogemos una guía para planear un viaje (o buscamos un blog, un video o algo), somos turistas. Igual se debería empezar a etiquetar (ya que nos gusta tanto) como turista non grato aquel que viene de borrachera, se pasea sin camiseta y duerme en la calle. Mucha gente viene a Barcelona con interés cultural (¡y no me extraña!) y se comporta de forma educada, como lo haríamos la mayoría de nosotros en paises extranjeros.
El modelo económico español hace muchos años que está basado en el turismo y se ha apostado (e incluso promovido) por un turismo barato, de SalouFests, Magalufs y muchas otras localidades, que han arrasado su zona de costa por construir «un poquito más cerca del mar, más pisos y más grandes». Ahi es donde hay que empezar a buscar «culpables»