Después de instalarme nuevamente en “casa” tras recorrer Asia durante seis meses había vuelto al mal oficio del trabajo, el alquiler y todas esas cosas mundanas que nos alejan del mundo de los viajes. Al cabo de unos meses conseguí mejorar levemente mi situación económica y pude disfrutar de 3 semanas de vacaciones. Y realmente no las dejé escapar.
21 días no consiguen, de ninguna de las maneras, darnos la sensación de libertad que ofrece un billete de ida sin saber el día de retorno pero quería emular de alguna manera sensaciones similares de las que había gozado apenas un año atrás. Así que escogí un lugar cercano pero a la vez desconocido, distinto. Un lugar que me diera entender que había vuelto al “otro mundo” con el que seguía soñado. A ese otro mundo en que uno se quita de encima las manías, las prisas y las comodidades del día a día y se dedica a lo que humanamente ha nacido para hacer: observar, aprender y disfrutar con ello.
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Así que dándole vueltas a la esfera terrestre escogí finalmente Túnez como punto de inicio a una mini escapada de 21 días. Era un destino cercano, de cultura y religión distinta y echando un vistazo a las guías prometía ser un lugar poco explorado lejos de los resorts turísticos de la costa.
Así que con una buena siesta de hora y media crucé el Mediterráneo y me planté en Túnez. En otro continente, en otro país de cultura y religión distinta a la nuestra. Todavía me sacaba la modorra de la siesta cuando me encontré en la parada del autobús esperando el 35, el autobús que os deja en el mismísimo centro de la manera más económica posible. Allí conocí a un uruguayo con las mismas pretensiones que yo y con el que pasé una buena parte de mis andaduras por Túnez.
A primera vista, es posible, que encontremos más características que nos separen del mundo del Magreb. Aunque si uno lo mira bien, acaba observando que los mismos personajes nos han ido moldeando, más o menos, a la misma manera: romanos, fenicios, vándalos y árabes han pasado por nuestra casa y por la suya. Se han tomado sus uvas, su té de la misma manera durante una época u otra. Al fin y al cabo, las diferencias parecen ser más a nivel de apariencias que reales. Paseando por la ciudad de Túnez uno se da cuenta que en el Mediterráneo somos todos de la misma pasta.
De hecho, Túnez es un país musulmán abierto a la cultura europea. Sobre todo por la cuenta que le trae a tenor de comercio, turismo y exportación de gas. Sorprende observar que un escaso número de mujeres en la capital andan cubiertas e incluso frecuentan bares.
La primera impresión cuando uno llega a Túnez es que esto no es África. O al menos la idea que nos han inculcado de lo qué es África y de los países árabes. Si uno se pasea por la avenida Bourguiba podría pensar perfectamente que se halla en una ciudad europea moderna sin problema alguno.
TFW
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