Tras día y medio de navegación en el Costa neoRiviera, por fin llegó el momento de tocar tierra firme y realizar una de las excursiones programadas en el viaje.
Sobre las 7 de la mañana el buque hacía su entrada en Porto Empedocle, un pequeño pueblo del municipio de Agrigento, situado en el suroeste de Sicilia.
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Bajamos del buque y miré a mi espalda. El neoRiviera parecía Goliath en aquel pequeño puerto. Un gigante que se ha extraviado y necesita descansar en una isla llena de barcos liliputienses. Con esta curiosa estampa en la retina me subí al bus que nos llevaría a la Riserva Naturale dello Zingaro.
El trayecto desde Porto Empedocle lleva aproximadamente 2 horas hasta que tomas la salida de Castellammare del Golfo y accedes a la reserva natural por la entrada de Scopello.
Lo Zingaro aúna playa y montaña, fauna y flora. Azul, verde y marrón. La manera de disfrutar de todo ello depende de cada uno. En la caseta de información – que hace también las veces de taquilla (hay que pagar 5 Euros por ingresar en el parque)- puedes conseguir un pequeño mapa que te informa de los caminos que puedes explorar. Hay de todo tipo. El más liviano y placentero discurre a lo largo de la costa pero también hay montaña para los que deseen machacarse un poco antes de disfrutar de un merecido baño en esas aguas de tonalidades imposibles.
Nosotros no teníamos tiempo ni ánimo suficiente para enfilar el camino que se perdía en la cornisa montañosa que se abría a nuestra izquierda. Pensé que era una pena no poder contemplar aquella accidentada línea costera desde las alturas. Las montañas -incluso las pequeñas, como éstas- ejercen un magnetismo poderoso en mí. El desgaste físico, la mayor proximidad a la naturaleza y el premio de las vistas desde sus cumbres son las razones por las que me cuesta tanto resistirme a ellas. Y no hablo sólo de mis caminatas por los Andes, Himalayas, Pirineos o las montañas redondeadas y dulces de Mozambique. Cualquier elevación sobre el mar me vale. Soy así de simple. Fácil de contentar.
Tras cinco minutos de paseo dejamos un área de pinnic a nuestra derecha, a tan sólo unos metros de una pequeña caída rocosa al mar. Cinco minutos más y llegamos a un centro de interpretación donde puedes aprender un poco más sobre la fauna y flora del parque además de comprar productos en madera o mimbre, elaborados por artesanos de la zona.
La ruta era sencilla, con escasos desniveles que eran fácilmente franqueables bajo un cálido Sol que parecía ajeno a la autoridad de un calendario que marcaba ya las últimas semanas de Octubre. Así, tranquilamente y charlando en grupo, llegamos a la cala de Punta della Capreria.
Esta pequeña playa de piedras blancas encierra, en sus no más de 50 metros de largo y 8 de ancho, una gran belleza natural. El agua parece ser el resultado de un pintor loco que ha decidido volcar todos sus azules disponibles en un lienzo de montañas, acantilados, arbustos, pequeñas palmeras y piedras pulidas por años de erosión.
La temperatura sobrepasaba los 25 grados y una treintena de bañistas daban un aspecto bastante saturado a la cala. Lo ideal, si dispones de un poco más de tiempo en la reserva, es caminar un rato más y perderte por otras calas como Calla della Disa, Berretta, Marinella o Torre dell’Uzzo. En nuestro caso tuvimos que dejarlo para una próxima ocasión y nos dispusimos a disfrutar de media horita al Sol en Capreria.
Envidié enormemente a la gente que se había traído bañador y pudo refrescarse en estas aguas con rica vida marina. Yo lo olvidé y me limité a quitarme parte de las perneras de mis pantalones desmontables y entrar hasta las rodillas.
Aunque es un sitio en el que podría quedarme durante horas -un atardecer en pareja, a solas en la cala, suena más que apetecible- es cierto que bajo el Sol abrasador del Verano no encontraréis prácticamente ni una sola sombra en la que cobijaros. Por ello os aconsejo traeros protección solar o cualquier sombrilla que consigáis clavar en este terreno complicado. Este consejo es extensible a toda la superficie de la reserva, pues apenas hay árboles -la flora está dominada por los arbustos- en toda su superficie.
El árbitro del partido apenas nos concedió tiempo añadido y nos marchamos con pena del lugar. El comentario era generalizado: » ¡Qué pena no tener más tiempo para disfrutar de este lugar!». Y yo estaba de acuerdo. Pero a veces la vida te presenta una delicia de sabor profundo y exótico de la que sólo puedes probar un pequeño bocado. Cierras los ojos, la rozas con tus labios y lengua, la punta de los dedos te aportan una sensación electrizante… Y te la arrebatan. Pero si tú quieres, si de verdad lo deseas, siempre puedes volver a sentirla y profundizar en ella.
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La Riserva Naturale dello Zingaro es un lugar que debes explorar con tiempo de sobra. A tu ritmo. Capaz de enamorar. Espero regresar algún día y poder sumergirme en ella sin pensar en nada más.