Ruta del Agua de Aspe: historia y belleza natural en Alicante

Disfruta del senderismo con esta sencilla ruta de gran valor paisajístico y patrimonial en Alicante

El año que acabamos de dejar atrás ha sido lamentable en casi todos los aspectos, pero al menos me ha servido para conocer a fondo muchas de las espectaculares rutas de senderismo de Alicante. Esta es mi casa desde que nací, y debo reconocer que, a pesar de haber viajado a muchos lugares lejanos, adolecía de cierto desconocimiento de los bellos paisajes que me rodean en mi hogar. En esta ocasión os voy a descubrir una de las rutas senderistas que más positivamente me han sorprendido en los últimos años: la Ruta del Agua de Aspe.

Para situaros un poco, debo contaros que Aspe es una pequeña localidad – de unos 20.000 habitantes – del interior de la provincia de Alicante y que cuenta con una próspera actividad agrícola e industrial. Además, ha tenido cierta importancia a lo largo de la historia, siendo ya un lugar de paso en tiempos romanos y contando con tres importantes castillos medievales: el castillo del Calvario, el castillo del Aljau y el Castillo del Río. Este último, tuvimos la suerte de verlo a escasa distancia mientras caminábamos por los senderos de la Ruta del Agua.

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Cómo llegar al punto de inicio de la Ruta del Agua de Aspe

Antes de comenzar a contaros nuestra experiencia recorriendo la Ruta del Agua de Aspe, tenemos que dejar claro el punto de inicio de la misma. Este se encuentra cerca del Colegio Público Vistahermosa, situado cerca del centro urbano de Aspe. Podéis aparcar ahí mismo y comenzar a caminar por la calle Cantal de les Eraes (en sentido ascendente, hacia las afueras del pueblo). Al poco de subir la calle, ya veréis un poste con un mapa e información sobre los senderos que parten de Aspe.

Fijaros en el PR-CV 169 y el PR-CV 242, pues esos son los protagonistas de la ruta.

Una de las cosas que convierten a la Ruta del Agua de Aspe en una de las mejores rutas de senderismo en Alicante es su proximidad a la capital, pues tan solo tardamos 30 minutos en llegar, con el coche, desde el centro de Alicante a nuestro punto de inicio.

Si no dispones de coche, siempre puedes coger el tren de cercanías Alicante-Murcia y bajarte en Elche Parque o Elche Carrús, y empalmar con la ruta desde ahí (deberás caminar unos kilómetros). Esta opción no es mala si vas a hacer la Ruta del Agua en bicicleta, pues puedes llevarla en el tren sin sobrecargo.


Características técnicas de la ruta

  • Distancia: unos 14 km (depende de los desvíos que tomes).
  • Duración aproximada: unas 4 horas yendo a paso tranquilo.
  • Nivel de dificultad: Fácil (apenas hay cuestas y no es nada técnica).
  • Senderos a recorrer: PR-CV 169 y PR-CV 242.

Resumen de la ruta

La Ruta del Agua de Aspe es un recorrido que pone en valor la belleza del paisaje árido de la provincia de Alicante. Atravesarás bonitos pequeños cañones de paredes multicolores, parches boscosos de pinos, zonas de matorrales y el cauce del río Vinalopó, totalmente tomado por el carrizo antes de convertirse en el antiguo Pantano de Elche. Además, es un paseo memorable por la historia de la zona, al pasar por acueductos creados hace 200 años para llevar agua por los campos y poblaciones del área, molinos y casas derruidas, y antiguas huertas que hoy han sido abandonadas. Sin olvidar que podrás contemplar el Castillo del Río desde la distancia (si tienes mucho tiempo, hasta puedes desviarte y subir a la colina desde la que domina sus ancestrales posesiones).

Una ruta que me gustó tanto que ya estoy pensando en regresar para hacerla en bicicleta.

Experiencia recorriendo la Ruta del Agua de Aspe

En un soleado domingo de otoño, elegimos hacer la Ruta del Agua de Aspe en el último minuto. Bendita decisión.

Media hora más tarde estábamos aparcando el coche al lado del Colegio Vistahermosa y ascendíamos por la calle Cantal de les Eraes. En menos de 5 minutos dejamos el asfalto para tomar un amplio sendero de tierra y piedra (PR-CV 169) que corría junto a una acequia que ya no llevaba agua. Alrededor de la acequia una pequeña comunidad de pinos proyectaba unas sombras que no eran necesarias en esa época del año, pero que seguro que se agradecían en verano.

El sendero a la Casa de Upanel

Casa de Upanel, Foto ©David Escribano

Seguíamos la dirección de la Casa de Upanel. Tras una corta distancia, volvimos al asfalto y caminamos entre casas de campo y algún campo de cultivo. Hasta ese momento, la ruta me parecía algo aburrida y me preguntaba si había elegido bien. No tardaría en cambiar de opinión.

Dejamos el asfalto para entrar en un ancho sendero de tierra en el que divisamos, a lo lejos, las ruinas de la casa de Upanel. Aquí, el paisaje comenzó a variar. Al verde de los pinos y algunos pequeños arbustos, se le añadieron los tonos marrones, ocres y rojizos de las paredes montañosas. Y es que, antiguamente, aquí existían viejas canteras en las que se extraía la materia prima para fabricar tejas y ladrillos. Casas como las de Upanel y la Monfertera se utilizaban como casas de labor, aunque también se cuenta que servían como lugar de reposo a ganaderos y sus reses. Sea como fuere, el estado de Upanel es ruinoso y, aunque da algo de pena que no se conserve el patrimonio de la zona, también le confiere un punto melancólico y ancestralmente bello a la ruta.

Caminando hacia el Barranco de los Ojos

Ruta del Agua Aspe
La «rana» en el barranco. Foto © David Escribano

Dejamos la casa de Upanel atrás y continuamos por la senda, dejando a nuestra izquierda unas grandes rocas grises cuyas extrañas formas me recordaron – salvando las distancias – a las chilenas Torres del Paine.

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Volvimos al asfalto durante un pequeño tramo que bordea un vertedero en desuso y después a la tierra para descender hacia un pequeño parche de eucaliptos (alguien debió replantarlos allí) y ascender un poco de nuevo, para poder disfrutar de las primeras vistas del Barranco de los Ojos. En un día de sol tan esplendoroso como el que tuvimos, el juego de colores que se produce en el barranco es maravilloso. Tenía cierto aire a esos parajes que veía de pequeño en las películas del Oeste que eran sagradas en casa. Una aridez bellísima. Una aridez, llena de tonalidades, que atrapa la mirada y embelesa.

Mientras caminábamos disfrutando de esas paredes rojizas, pasamos por debajo de la vía del AVE y llegamos al cartel que nos informaba de que nos encontrábamos en el Paraje Natural Municipal de Los Algezares, de 500 hectáreas y que linda con Elche y Monforte del Cid.

El Puente de los Cuatro Ojos

Puente de los Cuatro Ojos. Foto © David Escribano

En esa misma zona hay un buen par de miradores en los que merece la pena detenerse. A la izquierda, tienes un saliente sobre el barranco. En el medio del mismo encontrarás un extraño peñasco rojizo que parece una rana. En la derecha, hay un banco de madera desde el que puedes ver una de las maravillas arquitectónicas de la Ruta del Agua de Aspe: el Puente de los Cuatro Ojos.

Este acueducto tiene más de dos siglos de historia y fue levantado para unir dos paredes del Barranco de la Sierra Negra, como parte del sistema de abastecimiento de agua entre Elche y Aspe. Su estado es delicado – no se permite pasar sobre él y las paredes contiguas amenazan desprendimiento -, pero supone una vista majestuosa, sobre todo la hora de la tarde en la que lo presenciamos nosotros.

El Puente de los Cinco Ojos

Puente de los Cinco Ojos. Foto © David Escribano

Continuamos nuestra ruta descendiendo al barranco y encontrando una serie de carteles con distintas indicaciones. Es el momento de desviarse a la izquierda para llegar, tras cinco minutos de caminata por un sendero rodeado de pinos, al Puente de los Cinco Ojos.

Finalizado el año de la Revolución Francesa (1789), este acueducto tenía la misión de conducir el agua desde la Fuente de las Barrenas (Aspe) hasta Elche. La estructura impone muchísimo, levantándose 17 metros del suelo en su punto más alto y unos 50 metros de longitud.  Es, sin duda, la obra monumental más bella de la Ruta del Agua de Aspe.

Decidimos comer nuestros bocadillos en los pinos cercanos al acueducto y así descansamos un rato.

El Pantano de Elche

Pantano de Elche. Foto © David Escribano

Tras la comida, regresamos al camino que habíamos dejado para acercarnos al Puente de los Cinco Ojos y comenzamos a ascender una pequeña cuesta. A mitad de ella, sin embargo, tomamos un desvío a la derecha que nos llevaba a unos miradores sobre el Pantano de Elche y conectaba con el sendero PR-CV 242. Fue nuestra «perdición», pues ya no regresamos a la senda principal.

Y es que la vista de ese pantano cubierto por una densa selva de carrizo nos dejó hipnotizados. Decidimos seguir el camino señalizado del Canal de Elche (con placas verdes) y echar un vistazo a la Fábrica de la Luz, algunos molinos abandonados e incluso, aunque fuera de lejos, el Castillo del Río.

El paisaje era aquí árido y ondulado, con suaves montañas aquí y allá y el verde valle que albergaba el pantano contrastando con todo.

Tras disfrutar de la vista desde el mirador, descendimos una pequeña rampa y comenzamos a caminar junto a los lindes del campo de carrizo, que no era otro que la margen izquierda del río Vinalopó.

Remontando el río Vinalopó

Sin embargo, las plantas de carrizo son tan numerosas que tan solo se aprecia cierta humedad en la tierra en la que asientan sus raíces. Tras unos 25 minutos caminando, y tras pasar junto a un derruido – y engullido por la vegetación – puente de hierro de principios del siglo XX, sí que comenzamos a oír el fluir del agua. El río Vinalopó discurre por aquí vigoroso y limpio, aportando una sensación de frescura que debe agradecerse mucho en verano.

Al poco encontramos la antigua Fábrica de la Luz y el Molino de Caraseta, ambos en estado ruinoso, pero que sigue formando parte del bello legado patrimonio cultural de la Ruta del Agua de Aspe.

A unos pasos del molino encontramos un nuevo cartel que nos indicaba que debíamos ascender una nueva cuesta para poner rumbo a Aspe. A lo lejos, sin embargo, ya se divisaba la silueta del imponente Castillo del Río, levantado en el siglo XII en calidad de fortificación islámica.

Regresando a Aspe

Atardecer sobre el valle. Foto © David Escribano

Como el sol comenzaba a despedirse de nosotros, comenzamos a seguir las indicaciones para regresar a Aspe, dejando de lado el desvío del Camino de la Coca (que conduce a la fuente homónima) y metiéndonos en una estrecha senda ascendente (con una inclinación muy suave) que nos llevó hasta el pueblo pasando por antiguas casas de campo abandonadas y bancales en los que hacía años que los árboles se habían asilvestrado.

En algunos recodos del camino las vistas del valle eran impresionantes, sobre todo porque el sol ya se despedía del todo con unos rayos violetas que sacaba unos colores soñadores a ese paisaje más propio del Far West norteamericano.

Cuando llegamos de nuevo a nuestro coche, ya era noche cerrada y sentíamos esa felicidad radiante que siempre nos atrapa tras pasar un espléndido día en la naturaleza.

 

A día de hoy, puedo afirmar que la Ruta del Agua de Aspe ha sido mi descubrimiento alicantino del 2020. Volveré dentro de muy poco tiempo, pero esta vez la haré con mi bici de montaña.

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