En el extremo oeste de Islandia unos dramáticos acantilados delimitan los confines de una isla en la que es la Madre Naturaleza la que posee el poder de todo. Es, por así decir, el límite que Islandia merece. Quizás fue a esos acantilados de Látrabjarg a los que se asomó el valiente vikingo, Erik el Rojo, a finales del siglo X, antes de ser expulsado de Islandia y poner rumbo a Groenlandia, vasta tierra de la que se le considera el descubridor. Y es que tan solo 300 km separan a Islandia de Groenlandia en este punto de la isla del fuego y el hielo.
Látrabajarg debió ser para aquellos duros colonizadores de Islandia como el fin del mundo. Y el espectáculo que encontraban al asomarse a aquellas enormes paredes de piedra que hundían sus duras raíces en el mar no les debió hacer pensar distinto. Y es que el tiempo suele ser intempestivo en este lugar. El viento sopla con fuerza y embravece las olas de un océano que golpea con insistencia la base de los acantilados, como si quisiera derribarlos para cobrarse alguna deuda pendiente de aquellos tiempos en los que Islandia no era más que una tierra totalmente desconocida de la que tan solo se escuchaban mitos y leyendas fantásticas.
Hoy en día, son las aves las que mejor se han adaptado a estas duras condiciones meteorológicas. Entre ellas, todo el mundo quiere ver a los famosos frailecillos, cuya gracioso físico hace las delicias de ornitólogos e inexpertos en el campo de las aves.
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Cómo llegar a Látrabajarg
Como puedes imaginar, llegar a los confines de Islandia no es una tarea del todo sencilla. Para ello, tendrás que conducir algunos buenos tramos de pista por los bellísimos fiordos del noroeste islandeses. No te preocupes, no suele ser un camino imposible, salvo que una gran tormenta, la nieve o el hielo hagan acto de presencia (cosa que puede ser más común de lo deseado, dependiendo del momento en el que viajes a Islandia).
Sobre todo, es el firme de los últimos kilómetros de pista el que suele aparecer más agujereado, pero los operarios de los caminos suelen repararla con cierta frecuencia. Además, el camino compensa con unas vistas increíbles detrás de cada recodo.
La ciudad habitada de mayor tamaño cerca de Látrabajarg es Patreksfjördur, que se encuentra a una hora en coche, aproximadamente. Hay otras poblaciones menores más cercanas, como Hnjotur (unos 30 minutos) o Breidavik (unos 17 minutos), pero estamos hablando de lugares en los que viven poco más de unas decenas de habitantes.
Ni que decir tiene que solo tienes dos posibilidades para llegar a Látrabajarg: en tu propio coche alquiler o con una excursión organizada desde Patreksfjördur.
Los frailecillos y otras aves en Látrabajarg
Dos son las fotos más buscadas de aquellos que se acercan al extremo occidental de Islandia: por un lado, colocarse (con mucho cuidado) en el extremo de alguno de los acantilados que se asoman a las bravas aguas del océano; por otro, «cazar» con el objetivo a algunos de esos graciosos pajarillos a los que llamamos frailecillos.
Sin embargo, hay una diferencia entre ambos objetivos. Mientras lo primero puedes conseguirlo en cualquier momento del año, lo segundo solo lo podrás hacer entre mediados de mayo y mediados de agosto (aunque, a veces, algunos frailecillos remolones extienden su estadía hasta finales de agosto o primeros de septiembre).
Y es que el frailecillo común (Fratercula arctica) es un ave pelágida (que vive en las aguas del océano) nativo del océano Atlántico. Este pájaro pasa sus temporadas de cría en los acantilados de Islandia, Noruega, Groenlandia, Terranova y otras islas del Atlántico norte, como la de Rathlin, en Irlanda del Norte, donde existe una colonia de decenas de miles de ejemplares.
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En Islandia, además de en los acantilados de Látrabajarg, tuve la fortuna de verlos en Húsavik y las paredes rocosas de las playas negras de Dyrhólafjara y Reynisfjara, en el sur de la isla.
Los frailecillos están bastante acostumbrados a la presencia del ser humano, y podrás acercarte bastante a ellos en Látrabajarg, haciendo que no necesites ningún tipo de zoom especial para poder sacar muy buenas fotos. Son muy graciosos, con su corona y espalda negras, mejilla gris pálido, «pantalones» blancos, pico de colores, patas naranjas y esos ojos tan parecidos a los de los payasos.
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Estas aves pasan aquí los meses de cría, con su pareja vitalicia, para después volver a las aguas del océano donde habitan y se alimentan durante el resto del año.
Además, dependiendo de la temporada, entre los pliegues de las rocosas paredes de Látrabajarg, también encontrarás alcas, cormoranes, charranes árticos, fulmares y otras aves marinas que merece la pena admirar.
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Cuándo es el mejor momento para ver frailecillos en Látrabajarg
Si quieres estar seguro de ver frailecillos en Látrabajarg, tendrás que visitar el lugar entre finales de mayo y primeros de agosto.
El sendero de los acantilados de Látrabajarg
Tras dejar tu vehículo en el aparcamiento habilitado para ello en Bjargtangar, puedes comenzar a caminar por un sendero marcado que comienza en un pequeño edificio de paredes blancas. En una de esas paredes encontrarás un pequeño cartel explicativo donde podrás leer sobre la morfología de esta parte de costa islandesa, la historia de la gente que habitaba la zona, la fauna y algunas historias sobre los numerosos naufragios que han ocurrido frente a los acantilados.
Así, aprenderás cosas curiosas como, por ejemplo, que, no hace tanto tiempo, los islandeses de la zona se jugaban el tipo para descolgarse con cuerdas por los acantilados y coger los huevos de las aves que anidaban aquí.
En cuanto a los acantilados en sí, no hay mejor manera de disfrutarlos al máximo que siguiendo el sendero que los recorre junto a sus límites. En esta parte inicial del camino te hallarás a la mínima altura posible (unos 120 metros sobre el mar), encontrándose la parte más alta (Heidnakinn) a unos 450 metros sobre las bravas olas del Atlántico.
La primera parte de la caminata también es la más desafiante. Se asciende rápidamente, pero después solo hay pendientes suaves. Si viajas entre mayo y agosto, irás entretenido con los frailecillos y otras aves interesantes durante el ascenso porque es allí donde se obtienen las mejores vistas de las paredes del acantilado.
La caminata recorre el borde del acantilado, lo que puede resultar algo aterrador para los que tengan vértigo o miedo de las alturas, pero que da unas vistas espectaculares a los que no. Los excursionistas menos amantes de las emociones pueden optar por caminar más lejos del borde si lo desean, a solo un par de metros del sendero real. Los días de fuerte viento, quizás esto último sea lo más sensato.
Aquellos que son más valientes pueden tener la tentación de ir hasta el extremo de las paredes rocosas, tratando de avistar algunas aves. Es fácil dejarse llevar, escuchar a los pájaros y tratar de vislumbrar el océano ondulado de allá abajo, pero te aconsejo que tengas cuidado.
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La caminata desde Bjargtangar a Heiðnakinn es de aproximadamente 6 km. La distancia total de la excursión, ida y vuelta, es de unos 12 km. La gran mayoría de los viajeros no suelen completar la ruta y es que con caminar hasta 1 o 1,5 km desde el aparcamiento ya disfrutas de unas vistas difíciles de olvidar. Y es que Látrabajarg es uno de esos lugares en los que la naturaleza, por su indiscutible grandeza, te hace sentir pequeño.