Durante un viaje de varios meses con la mochila por el mundo vivirás experiencias de todo tipo, contemplarás paisajes, ciudades y monumentos que te impactarán y otros que te dejarán a 0 grados -ni frío ni calor-, pasaras penurias y alegrías, viajarás en tuk-tuk, bus, avión, barco, bicicleta y hasta en carro, probarás comidas exóticas y te bañarás en playas de arena blanca limitadas por selva tropical. Pero sobre todo esto, conocerás gente.
Dentro de la denominación genérica «Gente» podemos incluir de todo: la que nos ayuda cuando estamos perdidos, la que comparte sus cosas en un hostal, la que se farrea contigo y sin ti todos los días, la que te da clases presenciales sobre un lugar al que tú llegarás y del que él viene, el que ronca y no te deja dormir, los rollos de viaje, el que viaja contigo por unos días para no verlo jamás o el que sigue en contacto y vas a visitar una vez regresáis los dos a vuestro país de origen. Bueno, y podríamos seguir así por mucho tiempo.
Hoy os voy a contar la historia de un personaje que conocimos en nuestra penúltima parada del viaje: el maravilloso parque de Tayrona, en Colombia.
Íbamos caminando dentro del parque con nuestras mochilas mi amigo Mel, el gran Johanness (alemán del que también escribiré un post) y un servidor cuando cruzamos por el primer campamento del parque. Cerca de la playa había un pequeño restaurante con terraza donde bebían cerveza un chaval americano con un tío con greñas canosas, bigote, gafas de sol y una buena pancha. Nos vieron dudar sobre el camino a tomar y Juan -el de las greñas canosas, como habréis adivinado- nos dijo: «Pero, ¿dónde váis con este calor? Os invito a unas cervecitas bien frías?». Ni que decir tiene que aceptamos la invitación y pasaríamos con Juan las siguientes 48 horas.
Su historia nos dejó boquiabiertos con su forma diferente de entender la vida. Es lo que se llama un auténtico VIVIDOR. Os cuento su versión.
Juan montó con un colega el primer Pachá de Sitges. Allí vivió la noche como el que más pero al tiempo se fue a vivir a Ibiza, donde también frecuentaba Pachá pero sin dejar claro si tenía funciones de gerente o no. Al menos sí nos decía que conocía bien al dueño. Durante 25 años de su vida estuvo viviendo siempre en verano. Pasaba 6 meses en España -donde se mudó a Barcelona- y otros 6 en Sudamérica, Centroamérica y el Caribe: Brasil y Colombia es donde más tiempo había pasado en el continente y era un auténtico fan número 1 de ambos.
Ahora, a sus cincuenta y algunos años, para mantenerse con su pisito alquilado en segunda línea de playa de Santa Marta, tenía los ingresos de un piso alquilado en Barcelona y los trapicheos que realizaba mandando contenedores de frutas a Europa de tanto en tanto. Nos tomamos una cerveza con él y acto seguido compró una botella de ron a la 1 de la tarde con más de 35 grados a la sombra. Allí nos metimos unos chupitos los 5, todos con hielo menos Juan.
Al final se animó a venirse con dos amigos italianos al campamento en el que queríamos pasar la noche. Emprendimos caminata un grupo de 6 cuando habíamos llegado sólo dos al parque. Pasamos la noche durmiendo en hamacas en el camping y allí Juan siguió con sus historietas y sus frases célebres que nos quedaron en la memoria. Como seguro habréis imaginado a estas alturas, Juan había sido soltero toda su vida y cuando le preguntamos por ello nos dijo:
«Yo no soy un egoísta de mierda. Mi corazón no puede ser para una sola mujer. ¡Yo lo reparto con todas las del Mundo!«
Un crack.
Nos animó a comprar un pisito como inversión en Colombia porque, según él, era la nueva perla en bruto del turismo internacional. Y nos aconsejó:
«Si no queréis que este paraíso se joda, cuando lleguéis a España decid que nada más bajar del avión os robaron, después os secuestraron y os deportaron porque os metieron droga en la mochila. Así no viene ni Dios y ésto sigue siendo tan bueno como es ahora».
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Amante de la bebida, la fiesta, las mujeres y el buen vivir, Juan fue un personaje al que había que dividir lo que contaba por 3 ó 4, pero la verdad es que es un grande. Un auténtico pirata.
Jajaja tremenda anecdota y tremenda ‘e figura Juan.
Si hay algo que tienen los viajes es que comenzamos a admirar a todos aquellos que de pequeños nos decian que nunca fueramos.
Saludos
Me encanto, y es verdad en los viajes se suele conocer algunos personajes «tipico»que son muy pintorezcos y que te dejan un lindo recuerdo