El segundo día de nuestra estancia en Amsterdam, Ángeles nos había preparado un tour en el medio de transporte más famoso y querido entre los holandeses: la bicicleta.
El moverse en bicicleta por la ciudad es un hábito que ahora se está desarrollando más por grandes -y pequeñas, porque ahora las tenemos hasta en Alicante, pero con un trazado de carril bici más que discutible- ciudades europeas como Dublín, París o Barcelona, pero sin duda la ciudad pionera de esta forma verde de transporte fue Amsterdam.
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Es increíble la cantidad de kilómetros y kilómetros de carril bici que encuentras por toda la ciudad, aunque tienes que tener mucho cuidado si eres peatón porque entre tranvía, coches y bicis, tienes que estar bastante despierto a la hora de cruzar una calle.
Cogimos las bicis pronto por la mañanita en la sucursal de Mac Bike que está situada justo al lado de la estación central de trenes, la Centraal Station.
Cuando vi la tienda de alquiler me reía solo al recordar que fue en el mismo lugar donde alquilé las bicicletas con dos buenos amigos en mi primer viaje a Amsterdam en 1997. Parece que es un lugar bastante popular entre los turistas por la cantidad de bicis que tienen preparadas y la de extranjeros que ves por allí a toda hora.
Aunque no pagamos nada por ir invitados por la Oficina de Turismo y Congresos de Holanda, eché una mirada a la tabla de precios para comprobar que el alquiler mínimo es de 3 horas y los precios de alquiler por el día completo son de 14,25€ para las bicis con 3 marchas y frenos de mano (el freno normal para la mayoría de los mortales) y 9,50€ para las que no tienen marchas y se frena pedaleando hacia atrás. El seguro diario es opcional y cuesta 3 euros para ambos tipos de bicicleta.
Saliendo de Mac Bike nuestra primera parada fue la plaza Damm, con el palacio en plena restauración y una breve entrada a una especie de Corte Inglés a la holandesa, De Bijenkerf.
El día era un poco frío pero soleado y disfrutábamos cuando pasábamos con las bicis por calles menos congestionadas a velocidad de tortuga. Recorrimos un par de parques cerca del centro para pasar también por la Calle Salamanca holandesa. Vamos, la zona de las tiendas pijas. La verdad es que es más bien pequeña y estaba muy tranquila. Por supuesto, nadie paró a comprar nada.
Donde sí compramos varias cosas es en una tiendecita dedicada a artículos curiosos del mundo de la higiene dental. Sí, así como suena. Una noria de juguete bastante grande, donde los pasajeros de las cabinas eran cepillos de dientes doblados como si tuvierna piernas, era el principal reclamo de su escaparate.
El café Smalle -el más antiguo de la capital- fue otra de las paradas y visitamos algunas las callejuelas que esconden algunas de las casas más antiguas de la ciudad.
Tras comer maravillosamente en el restaurante italiano Mazzo, regresamos a la Centraal Station para dejar las bicis, recoger las maletas -que habíamos dejado en los lockers de la estación- y tomar el tren rumbo a una de las ciudades que más me ha gustado en Europa: Leiden.
Un diez para nuestras guías que tuvieron la paciencia de llevar a un mini pelotón casi tan patán y desorganizado como los Gremlins después de comer después de las 12.
Nadie que haya estado en Amsterdam debería irse sin probar a moverse con la bici por la capital europea pionera en esta forma de transporte ecológica, sana y divertida. Si además vas silbando la melodía de Verano Azul y gritas «Chanquete ha muertooooo!» sabrán que eres de mi generación y mismo estado de locura.
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Más información | Bicicleta paseo
TFW
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