Por mucho que admire el talento de algunos maestros de las distintas disciplinas artísticas, soy de los que piensa que no existe mayor arte que el que atesora la Madre Naturaleza.
En mis viajes por los cinco continentes, me he encontrado con paisajes de todo tipo. Densas selvas y bosques, montañas, valles, ríos, lagos, playas infinitas de arenas doradas, desiertos… Algunos de ellos me han parecido preciosos y me he quedado absorto contemplándolos. Sin embargo, hay otros que van un poco más allá, desafiando las leyes de la naturaleza y creando algo sólo al alcance de ella.
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Podría incluir varios en la lista, pero me quedo con los tres primeros que han acudido a mi mente, señal inequíovoca de que me impactaron sobremanera:
The Pinnacles y Uluru, Australia
Australia es una oda a la naturaleza. Se trata del país más grande de Oceanía, último continente colonizado por los europeos. El hecho de haber mantenido esta “virginidad” durante más tiempo que cualquier otro, ha hecho que a día de hoy siga siendo el más salvaje de todos. Y si hay una palabra que defina a Australia, esa es “salvaje”.
La Madre Naturaleza sigue siendo la dueña y señora de un país que, por su extensión, más parece un continente. Su fauna es diversa y peculiar, muy distinta a cualquier otro lugar en la Tierra, y la mayor parte de su superficie se encuentra deshabitada, convirtiéndola en un país más que apto para la aventura (en el significado más amplio y literal de la palabra).
También las formaciones rocosas de Australia parecen de otro planeta. En el centro del país se encuentra la archiconocida roca sagrada para los aborígenes australianos, Uluru. Este gigantesco monolito cambia de color durante el día, dependiendo de la incidencia de la luz del sol.
En la costa oeste, no demasiado lejos de Perth, nos encontramos con otro paisaje llamativo: un bosque pétreo. The Pinnacles se encuentra en una zona arenosa junto a la pequeña población de Cervantes, muy cerca del mar. Las formaciones calizas se elevan desde el suelo creando figuras tortuosas con forma de agujas, árboles, columnas, torres… El viento y la lluvia han ido esculpiéndolas para crear este extraño paisaje que atrae cada año a todo aquel que se aventura a visitar la salvaje costa oeste australiana.
Sin duda, un lugar muy fotogénico que no olvidarás jamás.
Cataratas de Iguazú, Argentina y Brasil
La Madre Naturaleza no sólo juega con piedra y arena, sino también con agua y jungla. Una perfecta prueba de ello es el espectáculo de las Cataratas de Iguazú.
A día de hoy, sigo viajando y descubriendo sitios nuevos, pero ninguno me crea una sensación tan fuerte como la que experimenté la primera vez que me encontré frente a este portento de la naturaleza, allá por 2004. Regresé de nuevo en 2009 y, felizmente, comprobé que el lugar me seguía hipnotizando de la misma manera que cinco años atrás. Ahora sé que me seguirá ocurriendo cada vez que regrese.
Las Cataratas de Iguazú se encuentran entre Brasil y Argentina. Las aguas del río Iguazú se deslizan mansamente bajo las pasarelas de madera construidas para visitar el lado argentino. Unos metros más allá, se despeñan sin previo aviso y con una fuerza descomunal. Decenas de saltos de agua jalonan esta parte de selva tropical.
El lugar más emblemático de los que podemos visitar, es la Garganta del Diablo. Aquí se juntan varias cascadas y la fuerza combinada de ambas es realmente impresionante. El ruido es atronador y una cortina de agua fina moja a los embelesados espectadores.
Otro buen punto de observación es la Isla de San Martín. Cuando el nivel del caudal del río no lo impide, se puede acceder a ella en lancha. Si te sientas en una de sus orillas, te encontrarás rodeado de cataratas.
Debes visitar este lugar al menos una vez en la vida.
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Isla de Lanzarote, España
La UNESCO tenía varios motivos para declarar a la totalidad de la isla de Lanzarote, Reserva Natural de la Biosfera. Si alguno de los defensores de las teorías conspiradoras, me dijera que las imágenes del alunizaje de Neil Armstrong fueron, en realidad, grabadas en algún lugar de Lanzarote, creo que le creería sin dudarlo.
A pesar del boom turístico que desde hace décadas viven las islas Canarias, esta isla volcánica apenas ha visto afectada su morfología. Se trata de uno de esos escasos lugares donde el ser humano ha intentado armonizar desarrollo turístico y naturaleza. Ya sólo por eso se merece un puesto de honor en cualquier lista de este tipo.
Lanzarote está cubierta de una capa de rocas volcánicas que van desde el negro al ocre, pasando por el gris y diversos tonos rojizos. Cráteres de volcanes se intercalan con pequeñas casas blancas e incluso viñedos creados de una forma peculiar (en La Geria).
El máximo exponente del paisaje lanzaroteño es el Parque Nacional de Timanfaya, en el que más de 25 volcanes se asoman a las cercanas aguas del Atlántico. Lagunas de colores, playas de arena negra y dorada y afilados acantilados salvajes completan un paisaje que enamora a quien lo ve por primera vez.