En Myanmar, cercano a las fronteras de China y Tailandia se halla el gran estado Shan. El estado administrativo es en realidad un lío impresionante donde un sinfín de diferentes etnias se reparten las fértiles tierras de cultivo.
Recorriendo las montañas y valles, uno se puede encontrar antagonismos como el hecho de parar en una aldea animista que comparte barriada con otra budista, para ver otra cristiana a menos de 200 metros. Este claro ejemplo de diversidad es un hecho real que nos ocurrió mientras hacíamos senderismo por las montañas que rodean a la población de Kengtung.
Utilizamos Kengtung como base de operaciones para explorar un poco esta región de bosques y suaves montañas donde las terrazas de campos de arroz se encuentran salpicadas de pequeñas aldeas de An, Palaung, Akha y otros más.
Desde allí realizamos dos rutas de varias horas en las que conoceríamos algo más de la cultura de estos birmanos, tan parecidos físicamente pero tan diversos a pesar de la cercanía entre ellos.
Índice de contenidos
El mercado de Kentung
El día comenzó con algo de solidaridad. La primera parada de cualquier ruta senderista en Kengtung debe ser siempre en el mercado de la ciudad.
El mercado de Kengtung abre cada día a las 6 de la mañana. Allí se venden multitud de cosas: verduras, frutas, pescado seco, cosas para la casa, móviles, galletas, frutos secos, medicinas, etc.
Merece la pena perderse por esa maraña de puestos donde el colorido y el tumulto hacen que disfrutes de una experiencia auténticamente birmana. Las gentes que están allí no posan ni fingen, simplemente ejercen sus actividades diarias sin prestarte la más mínima atención (salvo que les hables tú, evidentemente).
Los habitantes de las remotas aldeas que vas a visitar durante el día tienen ciertas carencias por falta de recursos y la ubicación de sus casas. Comprad medicamentos (bálsamo de tigre, paracetamol, sales para el estómago) y productos de higiene (champú y pasta de dientes) para repartirlos entre ellos. Lo agradecerán con una amplia sonrisa.
Comenzando la ruta
El conductor de nuestra furgoneta nos dejó lo más cerca posible de nuestra aldea de inicio.
Tras caminar 10 minutos entrábamos al pueblo Akha donde las casas tenían mejor pinta que las que veríamos después. Sus habitantes nos observaban sin demasiada sorpresa, a pesar de que no son muchos los turistas que visitan esta zona del país.
Algunas de las ancianas de la aldea llevaban sus trajes típicos pero jóvenes y niños ya vestían al modo occidental.
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Nuestro guía Sai Sai habló con alguno de ellos. Él es un Shan pero consigue chapurrear algo de Akha y ya le conocen por traer a grupos de turistas a las aldeas.
Repartimos algunos medicamentos y productos de higiene mientras algunas chicas de la expedición compraban bolsos y pulseras artesanales que vendían las ancianas.
Encontraréis a bastantes mujeres vendiendo estos productos aquí y allá. Mi consejo es que intentéis repartir las compras para que todos tengan algo de beneficio.
Campos de arroz y aldeas minúsculas
Al dejar la aldea entramos en campo abierto. A ambos lados las verdes plantas del arroz refulgían poderosamente bajo el sol. Estábamos en agosto y teníamos la suerte de verlos en su máximo esplendor… ¡Y sin llovernos!.
Tras este tramo plano comenzamos a ascender la ladera de la montaña.
Una hora más tarde llegábamos a una aldea An. Compuesta por casas de materiales más básicos, también los niños que salieron a recibirnos parecían más descuidados. Eso sí, su alegría e hiperactividad no tenían rival.
Descansamos en la casa de un chamán ausente. Su mujer nos ofreció tazas de té y una anciana intentaba apaciguar la curiosidad de una decena de niños que se agolpaban en las escaleras.
La vivienda era de madera, elevada sobre unos postes y bastante espaciosa en su interior. El chamán y su mujer habían separado un pequeño cuarto mediante tabiques de madera y el resto de la casa era espacio común. Nos comentaba Sai Sai que allí se hacían algunos rituales.
Almuerzo en mirador y visita a escuela
Continuamos la marcha y menos de una hora más tarde Sai Sai nos mostró un lugar precioso. Era un mirador con vistas a unos verdes campos de arroz y las montañas. Una mesa alargada, cubierta por un techo de hoja de palma, nos sirvió para comer los arroces y noodles que habíamos encargado la noche anterior en el Golden Bayan, nuestro restaurante preferido de Kengtung.
Tras el descanso enfilamos unas cuantas rectas y paseamos tranquilamente hasta llegar a una escuela rural. Unos 6 pequeños edificios de cemento albergaban sendas aulas.
La escuela era de enseñanza primaria y niños y niñas de corta edad nos miraban divertidos mientras cuchicheaban, se daban codazos y reían. No estaban nada acostumbrados a recibir visitas de extranjeros.
Las profesoras no pasarían de los 25 años y fueron realmente amables con nosotros. Hicimos algunas fotos, escuchamos algunas de sus canciones de escuela y les dimos casi todos nuestros restos de medicinas, dulces y productos de higiene.
Búfalos y chamanes
Cuando nos marchamos de la escuela apenas nos quedaba media hora de camino hasta nuestra última parada antes de regresar a la ciudad: una aldea Akha.
A esas horas el sol ya comenzaba a batirse retirada en un cielo donde las nubes y la lluvia nos habían respetado de manera inaudita, teniendo en cuenta que agosto es de los meses más lluviosos en Myanmar.
Cerca del sendero nos encontramos una poza natural donde una niña jugaba con su buey de agua. Este mastodonte es básico en el medio rural y los birmanos los tratan como si fueran un componente más de la familia hasta que llegan a su vejez.
Sobre las 3.30 llegamos a casa del chamán de la aldea. El hombre lucía una media melena lacia y su rostro aparentaba una edad que parecía desmentir su cuerpo, fibroso, menudo y de piel suave, como la mayoría de los birmanos. En el esternón resaltaba una cicatriz enorme que parecía el recuerdo de una herida producida al atravesar la piel y la carne con un hierro candente. Imaginamos que se trataba de algún rito de iniciación del chamán.
En estos momentos es cuando echas más de menos el no poder comunicarte. Estoy seguro de que aquel hombre tenía muchas historias que contarnos.
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Y es que Myanmar debes conocerla en el campo y las montañas. Sus ciudades tienen bellos monumentos, así como sus templos y palacios, pero la sangre de Birmania es su gente y la mayoría se encuentra en el medio rural. ¡Sal a descubrirlo!.
hola es muy bonito myanmar quisiera conocer algun dia