Fue en la última semana de viaje cuando descubrí uno de esos lugares que te hacen sentir afortunado por poder viajar. El Parque Nacional de Tayrona es un paraíso en la Tierra, un lugar donde perderse es encontrarse, donde no puedes elegir entre amaneceres y atardeceres por su pareja belleza, donde te fundes con la naturaleza en sus sendas entre la vegetación, en sus playas paradisíacas custodiadas por palmeras cocoteras, donde cada segundo de estancia es una bendición. Un lugar del que no quieres marcharte jamás y piensas que podrías quedarte a vivir como lo debieron hacer las personas -los indios Tayrona- que lo reclamaron como su casa siglos atrás.
Es sin duda -de lo que yo ví- la joya de la corona de Colombia.
Cuando llegamos al camping del Cabo San Juan de Guía nos asignaron nuestras camasen un lugar precioso. Eran las últimas disponibles, pero esas hamacas que se balanceaban atadas a dos palmeras cocoteras, no tenían techo que las cubriera y el espectáculo estrellado que tuvimos esa noche me dejó sin palabras, sumido en pensamientos de otros tiempos, otras culturas y paraísos inexplorados.
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El lugar más codiciado para dormir era la casita que se ve en la foto. Situada en lo alto de una roca, estaba ocupada por unas 15 hamacas. Lo único es que estaba cubierta por techo y no podías contemplar las estrellas mientras te balanceabas. Aún así era un lugar precioso para tener una cabaña.
¡Qué huella me dejo Tayrona!. Sé que volveré.
TFW
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