El desierto de Wadi Rum en Jordania

Un camello, una de las pocas almas que encontré por el camino
Un camello, una de las pocas almas que encontré por el camino

Es una sensación poco habitual pasar de un clima veraniego a otro invernal en apenas 50 kilómetros. Y no hablamos de meterse en la oficina con el aire acondicionado a tope en estos días de intenso verano. Estamos hablando de pasar de los 30 grados de media en Aqaba, en el Mar Rojo, al frío más intenso en la noche de Wadi Rum en el desierto de Jordania. Tan sólo 50 kilómetros de distancia y 900 metros de desnivel separan a estos dos ecosistemas tan diversos.

El desierto de Wadi Rum se encuentra al sur de Jordania y conforma un enorme valle donde la arenisca y el granito convergen para mostrar un escenario digno de su apodo, el Valle de la Luna.

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Asimismo, personajes históricos que han marcado el siglo XX y la forma de entender los viajes desde entonces como T.E. Lawrence, más conocido universalmente por Lawrence de Arabia, pasaron largos periplos dejando su impronta en el terreno.

Antes de embarcarme a explorar el desierto de Wadi Rum, el día anterior me dirigí al punto de información de Aqaba para indagar sobre los autobuses públicos que parten hacia el desierto de Wadi Rum. La chica que encontré en la sala me comentó que sólo había uno a la 1 de la tarde. Por si las moscas me desplacé directamente a la estación de autobuses -para darle un nombre ya que sólo se trata de un cuadrilátero de arena entre carreteras- y descubrí que había otro autobús que partía a las 11 de la mañana. Este me serviría al menos para realizar una escapada ese mismo día por el desierto de Wadi Rum.

Por la mañana, me aprovisioné de galletas y chocolate, dejé una bolsa con ropa que no iba a utilizar en el hostal y me dirigí ligero hacia la estación de autobuses.

Tras evitar unos cuantos taxistas, subí a un minibús que por 3 dinares me llevó a Wadi Rum. El viaje duró algo menos de una hora y, a medida que nos adentrábamos en el desierto, la extensa amplitud de Wadi Rum con sus rocosas islas en medio del desierto empezaban a mostrarse.

Disfrutando de un precioso atardecer en Wadi Rum
Disfrutando de un precioso atardecer en Wadi Rum

Me sorprendió observar que el autobús no estacionó en el Visitor’s Center -el centro de información de Wadi Rum-. Mi plan era bajar ahí, sacar toda la información posible sobre los campamentos y las rutas y realizar una posible ruta circular a través de los Siete Pilares de la Sabiduría hasta el poblado de Wadi Rum.

El destino parecía reservarme otra cosa y me dejé llevar hasta que llegamos al mismo poblado de Rum, uno de los pocos lugares del desierto de Wadi Rum donde encontraremos vida humana.

Durante el trayecto en autobús siempre toca aprovechar para conocer a tus nuevos compañeros de viaje. Ya que no llevaba suficiente información encima acabé entablando conversación con un señor que trabajaba en el mismo campamento base de Rum y me ofreció por 15 dinares una tienda, mantas, cena y desayuno.

El campamento habilitado frente al poblado de Rum
El campamento habilitado frente al poblado de Rum

Me pareció bien y acepté. Me asignaron una tienda. La única en uso en todo el campamento que gozaba de vistas a unas ruinas nabeteas y al poblado de Rum. Dejé ropa que no iba a utilizar en la tienda y con un par de litros de agua encima, gafas y crema para el sol me lancé a descubrir el desierto de Wadi Rum a mi manera.

Empecé visitando las ruinas nabeteas tan próximas al campamento donde me alojaba. Éstas, al contrario de las edificaciones en Petra, están hechas en piedra y no sobre la roca. Fechan del siglo IV a.C., tres siglos antes de los maravillosos templos de Petra. Seguí el camino y llegué a la fuente del famoso Lawrence de Arabia. Hay que subir un poquito la colina y se llega a este enclave natural de agua que surge de las montañas.

Retomé el camino hacia el valle y me dirigí hacia Ain Abu Aineh donde se levanta un campamento. Las vistas del extenso desierto rodeado de montañas era prodigioso. Me tapé la cara con el pañuelo ya que el sol daba bien fuerte.

Seguí las huellas de los 4×4 hasta llegar al Khazali Siq. Un cañón estrecho que se introduce por el medio de la montaña que lleva su propio nombre. Me introduje por él pero sólo pude realizar unos 150 metros ya que no disponía del equipo necesario, ni siquiera una linterna.

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Decidí volver ya que no quedaba mucho tiempo para que empezara a oscurecer. Esta vez probé suerte por el cañón de Rakhabat para realizar así un trayecto circular hasta llegar nuevamente al poblado de Rum.

Las vistas en medio del desierto eran inmensas. Para compararlo de alguna manera vendría a ser algo así como la bahía de Halong en Vietnam pero completamente árido. El desierto como océano y las islas frondosas de Halong como enormes montañas rocosas. El único ruido al pasar venía de los pájaros y de vez en cuando un aullido distante de algún animal hambriento.

Pasé algún campamento siguiendo el valle que medra entre Jebel Umm E’jill y Jebel Faishiyya atravesando las dunas de Al-Hasany.

Llegué al cruce donde tenía la opción de emprender el camino en dirección al cañón de Rakhabat que me facilitaría realizar una ruta circular perfecta hasta llegar al campamento de Rum. Según la guía que tenía entre las manos el paso no es nada fácil y sus caminos laberínticos precisan de un guía o de un buen mapa. No tenía ni una cosa ni la otra. Faltaba poco para anochecer y debía tomar una decisión. Finalmente opté por hacer la locura e internarme en el cañón. Probablemente la fortuna me sonrió y tras ascender por las rocas durante unos 20 minutos me encontré con un grupo de israelíes acompañados de guía que me hicieron cambiar de opinión. El camino era difícil y con guía al menos me llevaría unas dos horas de camino.

Las imponentes rocas de Wadi Rum
Las imponentes rocas de Wadi Rum
El largo camino de vuelta bordeando las montañas hasta el poblado
El largo camino de vuelta bordeando las montañas hasta el poblado

La derrota a veces es la mejor opción en la montaña, aunque pese. Así que decidí volver atrás. El guía se ofreció a llevarme por 25 dinares por el cañón de Rakhabat pero lo rechacé, oscurecía y ya había tomado una decisión final, y finalmente retomé mis pasos por las dunas de Al-Hasany.

A medio camino paró un 4×4 conducido por unos chavales que no pasaban de los 15 años y me ofrecieron llevarme de vuelta al poblado de Rum. Estaba a punto de anochecer y el camino ya lo había hecho, así que para no repetir la caminata no dudé ni un solo instante. Me subí al 4×4 y en un viaje loco y veloz retornamos al poblado. Les ofrecí 5 dinares como agradecimiento y los aceptaron encantados.

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Ya en el campamento, cené con los locales y preparé la vuelta a Aqaba para el día siguiente degustando mi presencia en uno de los lugares más especiales del planeta bajo una noche estrellada difícil de olvidar.

Atardecer en Wadi Rum
Atardecer en Wadi Rum
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