
En el noroeste de Irlanda se encuentra una tierra salvaje cuya costa ha sido esculpida por los furiosos embates del océano Atlántico. A pesar de su increíble belleza natural, sus amistosas gentes y su gran tradición y cultura celta, el condado de Donegal pasa por ser uno de los menos visitados en la bella Isla Esmeralda irlandesa. Quizá sea por su lejanía de la capital, Dublín, de la que le separan más de 220 kilómetros que suponen más de 3 horas de conducción, algunos de ellos por carreteras que dejan bastante que desear.
Pero como tantas veces ocurre en esta vida, las cosas que más cuesta conseguir son las que mayor premio nos otorgan cuando las tenemos.
Nosotros condujimos con el coche de un amigo hasta más allá de la ciudad de Donegal, la capital del condado, para llegar a Dunfanaghy, un pequeño pueblo situado casi en la punta noroeste de Irlanda.
Nos comentaba Brendan, el dueño del lugar donde nos hospedamos allí, que Dunfanaghy parecía haber quedado en el lado equivocado cuando se hizo la partición de las dos Irlandas en 1921. Con más del 90% de la población protestante, los habitantes de la villa tenían miedo de sufrir acoso o represalias por parte del resto de poblaciones vecinas de una República de Irlanda que aceptaba, convulsa y a regañadientes, las exigencias impuestas por británicos y unionistas.
Pero pasó el tiempo y hoy conviven en armonía en un condado donde la vida transcurre tranquila, entre parajes melancólicos y dramáticos que inspirarían a numerosos escritores y artistas irlandeses.
En los alrededores del pueblo no necesitaremos conducir mucho para ver tipos de paisajes totalmente diferentes entre sí.
La playa de Tramore

En el centro de Dunfanaghy hay un antiguo puente de doce arcos bajo dos de los cuales discurre un río. Justo a su lado hay una pequeña puerta que da la entrada a un camino de hierba que zigzaguea entre verdes promontorios limítrofes con granjas donde el ganado pasta tranquilo.
Durante unos 10 minutos te encuentras caminando en paralelo al pueblo para después dejarlo a tu espalda e internarte en campos verdes con flores y arbustos silvestres que crecen sobre un suelo arenoso.
Caminaremos otros 25 minutos hasta llegar a unas altas dunas cubiertas parcialmente de verde. El fuerte viento parece haberse asentado aquí de manera perenne y os aconsejo que os protejáis los ojos de la arena. Descendiendo la duna por el lado opuesto os encontraréis con una playa inmensa.

La playa de Tramore es una franja ancha de arena dorada que tiene algo más de dos kilómetros de longitud. Ni siquiera en los días de verano encontraréis aquí a más de 6 ó 7 personas caminando. El Atlántico ruge bravo hasta la orilla y no se aconseja el baño salvo en unas especies de piscinas algo protegidas que se forman en las rocas del extremo norte.
Es el lugar perfecto para dar un paseo romántico o melancólico, dependiendo de si vamos acompañados o no.
Cerca del extremo norte, antes se podía tomar un camino que lleva hasta un círculo de piedra, de unos 30 metros, de la época celta. El sendero es propiedad privada pero durante unos años las autoridades locales llegaron a un acuerdo con los granjeros de la zona para que dejaran que pasar a gente por esta pequeña franja. Lamentablemente, el propietario ha decidido cancelar esta colaboración y ahora no hay forma de acceder al lugar por caminos públicos. Esto nos impide llegar también a Mc Swyne’s Gun, una pequeña cueva situada al noroeste del círculo de piedra cuya forma hace que el agua salga impulsada más de 10 metros en el aire. Quién sabe si será posible visitar estos dos lugares en el futuro.
Un paseo muy recomendable para las mañanas o tardes de primavera y verano. Especialmente bello es contemplar el atardecer desde la cima de las dunas.
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Los acantilados de Horn Head
Está claro que el marketing es cada vez más importante en el mundo del turismo. Mientras que los famosos acantilados de Moher, situados en el centro-oeste de Irlanda, son visitados por casi todos los turistas que van más allá de Dublín, otros como los de Slieve League (los más altos de Europa y también en el condado de Donegal) o los del propio Horn Head pasan casi desapercibidos. Y eso teniendo en cuenta que ambos son más altos que los de Moher y les superan en belleza natural.
Por otro lado, soy de los que piensa que es mejor que siga habiendo lugares como éstos, espectaculares y donde te puedes encontrar recorriéndolo prácticamente solo cualquier día del año. Joyas escondidas que se prestan a ser disfrutadas por viajeros que gustan de buscar lugares alejados del turismo de masas.
Se puede llegar a los acantilados de la pequeña península de Horn Head en coche o caminando desde el centro de Dunfanaghy. Recorrimos una estrecha carretera que asciende hasta llegar a una antigua caseta de vigilancia costera. Hay un par de ellas en el área y datan de los tiempos de las guerras napoleónicas.
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Desde aquí ya debemos continuar a pie, atravesando una llanura cubierta de hierba, flores y arbustos parduzcos y verdes que se agarran a una tierra que parece estar permanentemente húmeda. Algunos de los senderos nos llevan a la cornisa de los acantilados. Aquí, al ser un espacio totalmente natural, no existen vallas y protecciones como en Moher y por ello debemos de tener un poco de cuidado. El viento es potente y traicionero por estos lares y nunca sabes cuándo un repentino cambio de dirección puede empujarte al vacío.
Aun así, nos agachamos a un par de metros del precipicio y reptamos hasta poder asomar la cabeza sobre una vista impresionante. En los momentos que lucía el sol, las aguas, unos 180 metros por debajo de nosotros, refulgían en tonos azules y verdes. Su color contrastaba con el blanco de la espuma y los tonos marrones y negros de la roca de los gigantes de piedra, que estaban coronados por flores moradas y amarillas, sobresaliendo de los verdes arbustos.
Muchas aves marinas anidan en estas paredes y es constante el sonido de sus graznidos que se confunden con el viento reinante.
Puedes recorrer las cornisas por el estrecho sendero en una soledad casi absoluta.
Sin duda, uno de los lugares más bellos de Irlanda.