Aunque Cornualles posee pequeños pueblos costeros encantadores y llenos de cultura, como St Ives o Mousehole, para mí sus mayores bellezas no son las hechas por la mano del hombre, sino las esculpidas por la Madre Naturaleza.
La costa de Cornualles es dramática y accidentada. Entre los fuertes vientos, el oleaje y la dificultad de las formaciones rocosas, es normal que frente a ella se hallen sumergidos tantos restos de barcos naufragados. Bajo las aguas de Cornualles hay galeones y pinazas que alguna vez formaron parte de la que, dicen, fue la mayor fuerza naval jamás juntada por el hombre hasta la época: la Armada Invencible española. También hay buques de guerra más modernos, torpedeados o embarrancados durante los combates de las dos guerras mundiales, y múltiples embarcaciones de pesca que pagaron la dura vida de su oficio.
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De hecho, el buceo para admirar pecios hundidos es una de las actividades deportivas acuáticas más famosas en Cornwall.
Y testigos de excepción de todos esos naufragios han sido los cortantes acantilados de la costa. Entre ellos, destacan, por su belleza y dramatismo, los de Bedruthan y Carnewas.
Llamados en inglés Carnewas y Bedruthan Steps (las escaleras – o escalones – de Carnewas y Bedruthan) sus nombres en ‘cornish’ (lengua celta originaria de Cornwall) son mucho más carismáticos (no sé, quizás sea por mi segunda casa celta, Irlanda): Karn Havos (“pila de rocas de la vivienda de verano”) y Bos Rudhen (“lugar donde habitan los rojos”).
El sendero que recorre este precioso tramo costero que se extiende entre Padstow y Newquay es sencillo y te premia con unas vistas espectaculares.
Cómo llegar a Carnewas y Bedruthan Steps
Para llegar a esta maravilla de la naturaleza puedes hacerlo en tren (si vuelas a Londres) o avión hasta Newquay (hay unos 11 km desde los acantilados hasta la estación de tren de la esta población inglesa que, además, aloja el principal aeropuerto de Cornualles).
Desde Newquay, puedes tomar el autobús número 56 (First Kernow) desde Newquay a Padstow.
Si decides alquilar un coche, encontrarás la senda que debes seguir justo a lo largo de la carretera secundaria B3276.
Historia de Carnewas y Bedruthan Steps
Aunque yo descubrí este lugar en octubre de 2018, la zona de Carnewas y Bedruthan Steps ha tenido habitantes desde, al menos, la Edad del Bronce. La prueba de ello está formada por un conjunto de unas seis construcciones circulares que, en aquella época, servían como lugar de rituales religiosos o tumbas. Además, el castillo de Redcliff – de la Edad de Hierro – domina las vistas de Bedruthan Steps.
Otras dos fortificaciones se encuentran en la zona. Al sur, en Griffin’s Point, y al norte, en Park Head. Esos antiguos puestos de vigilancia costeros se encuentran junto a los edificios utilizados para la minería a finales del siglo XIX.
Sin embargo, el nombre de Bedruthan no tiene nada que ver con todo lo anterior. La leyenda cuenta que un gigante con ese nombre solía habitar en la zona y usaba los pilares de piedra, que hoy aparecen separados de la rocosa pared de los acantilados, como escalones para moverse por la zona.
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Cada uno de estos pilares rocosos – que me recordaron a los que pude disfrutar en Australia, los famosos “Doce Apóstoles” – tiene un nombre concreto (Samaritan Island, Queen Bess…).
Senderismo en Carnewas y Bedruthan Steps
Sin duda, la mejor manera de descubrir bien esta bella parte de la costa de Cornualles es a pie.
Yo realicé la caminata más sencilla, que, si mantienes un ritmo medianamente decente, no lleva más de hora y media. Si tienes más tiempo y ganas, puedes elegir entre otras rutas por la zona.
Puedes comenzar el recorrido en el aparcamiento de Park Head (como hicimos nosotros) o en Carnewas. La ruta – de dificultad media-baja con algún pequeño desnivel – tiene unos 7,2 km de largo.
Desde el aparcamiento de Carnewas tomamos la senda que empalma directamente con el camino costero y desciende hasta los escalones de piedra que aparecen labrados en la roca del acantilado. Justo antes de tomar las escaleras hacia la playa, nos detuvimos en un mirador que te da unas vistas esplendorosas de la playa y los pilares de roca. Allí nos quedamos tomando unas fotos hasta que me decidí a descender las escaleras.
La hora del atardecer se estaba acercando y, al estar a mediados de octubre, tan solo un par de parejas de la zona paseaban a sus perros entre la arena y las imponentes rocas.
El mar rugía, y unas olas dignas de los mejores spots surfistas se levantaban en el horizonte para golpear, sin piedad, la base de los pilares más adentrados en el mar. Y es que fue la fuerza del agua del mar, combinada con la del viento, la que separó a estos gigantes pétreos de la pared principal de los acantilados de Bedruthan.
Pasé un cuarto de hora caminando por la playa, hasta que logré quedarme solo y disfrutar de la naturaleza sin ver otro ser humano. Me encontraba en la costa de Cornualles, Inglaterra, Europa. Y era el año 2018. Lo tenía claro. Sin embargo, en ese momento podría estar en cualquier parte del mundo y en otra época distinta. Me encontraba en un paisaje tan bello que estaba fuera de las coordenadas de tiempo y espacio. Tenía vida propia y podía elegir su lugar en ambos planos de la física.
Un silbido me sacó de mi ensimismamiento y ascendí los escalones para volver al camino. Los demás me estaban esperando. No sería la última vez que vería ese lugar, pues tuve la suerte de observar el atardecer desde el mirador de la parte superior. Además, las nubes se abrieron y nos dejaron un juego de luces sublime.
Antes de que eso sucediera, continuamos por la senda, pasamos el castillo de Redcliff y pusimos rumbo a Park Head, siempre dejando los acantilados a nuestra izquierda. Vimos los monumentos funerarios de la Edad de Bronce y continuamos hasta Porth Mear, donde puedes bajar a la playa por un caminito que queda a tu izquierda. No bajamos, pero vimos, al fondo, el pequeño cabo de Trevose Head con su imponente faro a punto de ser encendido.
Para regresar, la mayor parte del camino la hicimos por el interior, atravesando verdes campos de hierba, entre antiguas casas que aguantaron duros inviernos.
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Tras el atardecer, las pocas personas que quedábamos en el lugar nos despedimos de la morada de aquel gigante que avanzaba con sus alegres zancadas cuando el mundo aún era joven. Dicen que es una leyenda, pero siempre pensé que el mundo es más bello con ellas.
Muchas gracias David, me has hecho volver a la época más feliz de mi vida, cuando viví en Cornwall en 1986 y 1987. Es una tierra de druidas celtas como Irlanda, Gales y nuestra Galicia y Asturias. Verdaderamente, cuando te recreas en sus paisajes te hacen pensar que son mágicas. Están cargadas de leyendas que nos llevan a contactar con nuestro niño interior, aquel que se maravilla y se apasiona dando rienda a su imaginación basándose en las más bellas creaciones de la Naturaleza. Aunque, en verdad, nunca llegué a imaginar que treinta años después, la «magia» de mi amado Cornualles iba a obrar dándole la vuelta a mi vida como lo ha hecho, algo por lo que continuamente me siento agradecida. Hay que viajar, di que sí David. No sólo porque la vida es corta e impredecible, sino porque no sabemos cuánto más estas maravillas van a sobrevivir a la acción humana que desgraciadamente no siempre es sólo de admiración. Gracias y disfruta del viaje cada día.