París es una ciudad viva y -como muchos creen- llena de romanticismo. No obstante, en su interior cobija un lugar especial donde habitan los muertos.
El cementerio de Montparnasse es una de las visitas que mejor recuerdo guardo de la última vez que estuve en París.
En este lugar los vivos rinden homenaje a aquellos que dejaron un libro, una pintura, una escultura que hizo perdurar su memoria entre las siguientes generaciones. Los nombres anónimos se mezclan entre consagrados escritores como Julio Cortázar, Ionesco, Sartre, Maupassant, Emil Cioran o Vallejo en un apacible y ordenado paseo.
Todos ellos conocidos por mis años enfermizos de devorar literatura. Enfermedad que hoy en día llevo más controlada.
Te adentras en el juego de Rayuela cuando te pones a buscar la lápida de Julio Cortázar. Sigues el mapa, giras a la derecha, a la izquierda, saltas y ahí lo tienes. Junto a Carol Dunlop, un paquete de Gitanes, muchas piedrecitas y un disco de Earl Hines sobre la tumba que sus admiradores dejan con sentido homenaje.
El siguiente a quien busco es al maldito Cioran.
Quien no vea la muerte de color rosa padece daltonismo del corazón.
Las palabras de Cioran afloran a mi memoria y hacia él me dirijo. No en vano, este rumano exiliado en París me hizo ver a los dieciocho años el mundo de otra manera; a veces lo maldigo, otras lo bendigo.
Mis pasos ahora se acercan a uno de los grandes escritores de Perú. Desconozco si finalmente César Vallejo murió en París con aguacero pero es sabido que murió olvidado y en la miseria. Hoy en día, una pequeña bandera peruana ofrece un homenaje a su memoria.
Cuando llego a la tumba de Samuel Beckett morbosamente espero la última genialidad del gran autor irlandés. No sé; quizás ver su cabeza resurgir de la tumba al estilo Winnie en Happy Days o encontrarme con el mismísimo Godot custodiando el descanso de su creador y esperando un absurdo milagro.
Saludo a Sartre, Ionesco y Maupassant y a toda una lista de nombres anónimos que tambien merecen mi respeto.
Curioso turismo con toques de macabro al que no puedo evitar unirme y me empapo de la atmósfera para rendir un pequeño homenaje por el legado que sus hazañas dejaron y entender que sus palabras vivas, todavía, tienen algo que ver con la forma en que hoy en día pienso y soy.
El cementerio se encuentra justo al lado de la estación de metro de Montparnasse donde también parten los trenes de la SNCF. Al lado tenéis también un restaurante vasco-francés de la cadena Chez Papa que ofrece suculentos platos ideales para levantar a un muerto a muy buen precio.
Macho… dedicar una entrada a semejante lugar y poner dos tristes fotos y recortadas… no se.
¿Estamos a setas o no estamos a setas?