-Mi negocio es estafar a los turistas y me gusta.- Así de rotundo me confirmo sus principios aquel taxista en Udaipur y su sinceridad aplastante me dejo anonadado.
Camino de la estación tuve una interesante conversación con un taxista en Udapiur. El señor pedía cinco veces más del precio habitual negándose a regatear bajo ningún concepto ya que según él iba en contra de sus principios.
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Tal absurdidad me picó la curiosidad. Habitualmente los precios de taxi (rickshaw) se suelen reducir a un 40 o incluso un 60 % del precio de inicio, incluso empezar uno mismo el regateo con un precio irrisorio (que posiblemente va a ser más o menos el real) ayuda para hacer la transacción más rápida.
-85 rupias, ni mas ni menos.- me quedé atónito al ver que el conductor no bajaba su absurdo precio de inicio. Otros compañeros se hallaban a su lado y los miré sonriendo y preguntándoles sin palabras si al pobre hombre le ocurría algo. Me sonrieron de vuelta con ese extraño movimiento de cabeza hindú que a veces no sabes si es de afirmación, de negación o que no saben de que estas hablando.
-Ayer fui y volví de la estación por 40 rupias.- le contesté. -¿Alguno de vosotros me lleva por el mismo precio?- aproveché para preguntar al grupo de taxistas que se hallaban reunidos. Afortunadamente no tardó en aparecer un voluntario.
Le pregunté al primer taxista por que perdía negocio de aquella manera tan absurda y fue entonces cuando me contestó la celebre frase: –Mi negocio es estafar a los turistas y me gusta-.
Así de contundente y directo me expuso su filosofía. -Muchos de ellos no preguntan el precio y saltan directos al vehículo, otros ni se inmutan cuando les pido 80 rupias o incluso más. Si tú quieres un precio local regatea con otro, yo sólo conduzco por 80 rupias a la estación.
Así de claro me expuso su filosofía de vida. Hubiera conversado un rato mas con él. Por supuesto, detestaba su estilo de hacer negocio, pero tal claridad de ideas sin complejos me dejó asombrado.
Me despedí de Rajasthán y de los ingleses ya que tomamos rutas distintas y los cambié por un par de chicas de Belfast en un trayecto en tren de más de 20 horas con destino a Mumbai.
Un tren con cama de nueve horas hasta Ahmebadad, capital del Gujarat, que se hizo afable.
Tres horas de espera y otro tren de nueve horas más en asiento hasta Mumbai que se hizo eterno.
El desfile de gente vendiendo te, café -¡por fin!-, frutas, llaveros, homosexuales en sari y dando palmas que todavía me pregunto que pedían. El desfile de chozas y chabolas bordeando el mar de Arabia, mi cuarta novela consecutiva de Narayan, juegos de cartas, una mujer que me leyó la mano y tuvo la desfachatez y la poca sensibilidad de anunciar la hora de mi muerte sin pedírselo y augurándome un matrimonio feliz con unos cuantos hijos… Todo ello hizo el viaje un poco más entretenido aunque no me libró del dolor de espalda ni de las ganas de ducha, cena y cama.
Acaban de empezar las fiestas de Diwali (festival de luces) y las ciudades están atestadas. Es el principal festival hindú, algo parecido a las Navidades cristianas y, como es de esperar, los precios se disparan. Aun así, pude encontrar una individual en el barrio de Colaba, aceptable y limpia donde todavía me pregunto como fueron capaces de meter la cama en tan poco espacio!
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TFW
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