El departamento guatemalteco de Quetzaltenango ocupa menos de un 2% del territorio nacional pero tiene una gran importancia en muchos sentidos. Es uno de los focos más importantes de comercio -como comprobamos al ver la ingente producción de frutas, verduras y hortalizas de gran calidad en Almolonga- servicios, además de contar con una potente industria textil y licorera.
Durante los días que pasamos en esta región pudimos comprobar el indudable interés turístico de Quetzaltenango. Tiene uno de los porcentajes de población indígena más alto de Guatemala, convirtiéndola en una zona perfecta para realizar una inmersión en la cultura e historia, no sólo del país, sino de toda Centroamérica.
En nuestro segundo día allí realizamos la visita al colorido mercado de Almolonga y, acto seguido, nos dirigimos a las cercanas Fuentes Georginas.
Esta zona de baños termales naturales surgió, a principios del siglo XX, como consecuencia del aprovechamiento de las características volcánicas existentes en todo el municipio. El curioso nombre se le asignó porque la mujer del ex-presidente Jorge Ubico, llamada Georgina, era una asidua visitante del lugar para tratarse con las aguas ricas en azufre las múltiples dolencias musculares que tenía.
Y es que las aguas de las Fuentes Georginas tienen la fama de curar casi todo tipo de dolencias. El municipio de Quetzaltenango desarrolló el lugar -de difícil acceso por carretera- acondicionándolo para que se convirtiera en un atractivo turístico de relevancia en la región.
Se han construido bungalows -para poder pernoctar-, vestuarios y un bar-cafetería.
Llegamos aproximadamente a las 2 de la tarde bajo un cielo totalmente encapotado. El paraje natural en el que están enclavadas las distintas piscinas es realmente exuberante. La piscina principal, que parece estar excavada directamente en la roca, está rodeada de vegetación salvaje y una pasarela la conecta con las demás y algunas zonas de relax donde mesas, sillas y tumbonas invitan a disfrutar de la vista.
El precio para disfrutar de todas las instalaciones es de 50 Q (unos 5 euros) para los extranjeros y 25 Q para los nacionales. Si váis para descansar unos días el precio del bungalow es de 160 Q/noche (incluye el uso de las piscinas).
Mis compañeros Sele e Inés se enfundaron sus bañadores y disfrutaron por mí del agua sulfurosa. Me comentaron que había una zona de la piscina principal donde el agua estaba, literalmente, ardiendo, pero quedaron como nuevos tras el baño.
Yo, que no puedo meter mi pierna hinchada en agua tan caliente, me quedé tomando algunas fotos, primero, y un Sprite, después, mientras observaba a la parroquia y conversaba con los cracks de Byron y Luisa. La mayor parte de los bañistas eran nacionales pero también algunos mochileros -a los que ya nos habíamos encontrado en el lago Atitlán– habían conseguido llegar a allí.
Sele e Inés caminaban medio sonámbulos hacia la furgoneta mientras Luisa nos hablaba sobre nuestro próximo destino: Salcajá.
Este pequeño municipio agrícola de Quetzaltenango tiene un monumento de importancia histórica notable.
La ermita de la Concepción -o La Conquistadora- fue la primera iglesia católica levantada en toda Centroamérica (1524). Su construcción fue ordenada por don Pedro de Alvarado en persona. El conquistador de Guatemala (que era un tipo alto y rubio y fue llamado «Sol» por los mejicanos, que le creyeron un Dios por su aspecto) hizo que se celebrara allí la primera eucaristía realizada en Centroamérica y bautizó allí a su hija mestiza, fruto de su relación con una indígena mejicana.
Alvarado se sirvió de mano de obra mejicana para la construcción del templo y por ello hay motivos aztecas y toltecas -como las serpientes del frontispicio- en la iglesia. De estilo barroco colonial, fue erigida con una solidez impropia de la época y aguantó la friolera de tres terremotos de considerable intensidad sin necesidad de reformarla ni una sola vez en los casi 500 años que tiene de vida.
Observamos esta joya arquitectónica en total soledad. La plaza de los franciscanos -donde se erige la iglesia- estaba vacía a las 4 de la tarde y tan sólo se oía el alboroto de unos niños que jugaban al fútbol en una calle adyacente. La puerta principal estaba cerrada pero la señora que cuida el museo de la ciudad vio pasear a Sele junto a su ventana y salió a hablar con él, sospechando que era un turista. Esta mujer tan amable custodiaba la llave de la ermita y nos dio un tour en su interior.
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Estábamos pisando unas baldosas que han soportado el peso de la historia. Épocas de conquistadores, extensión de una fe ajena a los indígenas, actos crueles, matanzas y persecución de riquezas en nombre de la Cruz. Me quedé absorto unos minutos pensando en todo aquello. Muchas veces soñé con poder haber sido uno de los aventureros españoles que descubriera el Nuevo Mundo y pisara por primera vez aquella bellas tierras. Sin embargo, cuando investigas la historia de lo que sucedió, se te quitan las ganas de formar parte de aquello.
Tras la visita a la ermita pasamos a un tema mucho menos profundo y religioso, aunque sí espirituoso.
En una de las casas contiguas a la plaza de la ermita destilaban una bebida llamada caldo de frutas. José nos explicaba como se obtenía ese licor de color rojizo y 20 grados de graduación que tanto nos acabaría recordando a la sangría española. Por eso no nos sorprendimos cuando nos dijo José que lo trajeron los españoles hace siglos. La fruta -melocotón y cereza entre otras- está fermentándose durante más de 6 meses.
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Probamos un vasito cada uno y brindamos con José por nuestro viaje explorando Guatemala.
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